El segundo sexo

Escritoras referentes

Aún hoy hay machos tan machos que si ven la cubierta de un libro escrito por una mujer ni se acercan a él

NAJAT EL HACHMI

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Leo la recopilación de artículos de Laura Freixas, El Tiempo de las Madres, en la que retrata una y otra vez la forma en que han sido tratadas las mujeres escritoras por los medios, sobre todo por los diarios. La incansable feminista pone de nuevo de manifiesto el hecho de que todavía ahora muchos hombres que hablan sobre lo que escribimos las mujeres lo hacen cargados de prejuicios, si no con evidente desprecio. No todos, por supuesto, el libro se centra en lo que no funciona, no en lo que va bien. Es evidente, no se puede negar, que aún a día de hoy hay machos tan machos que si ven el nombre de una mujer en la cubierta de un libro ni se acercan a él, no fuera que se les contagiara algo y les subieran los niveles de estrógenos.

A estos los reconocerán ustedes enseguida, porque si se trata de críticos difícilmente verán que reseñan obras de mujeres, y cuando lo hacen es empleando unos criterios absolutamente arbitrarios (a veces lo son con todo el mundo, no solo con las mujeres). También hay quienes no explicitan sus preferencias por la escritura masculina pero todas sus influencias importantes, sus autores de cabecera, sus listas de libros del año suelen estar plagadas de hombres escritores. Obviar la producción literaria de raíz femenina también es otra manera de discriminar, aunque más sutil que el menosprecio explícito. Para suerte de nuestra generación, cada vez son más los hombres de letras que no hacen distinciones, que pueden tener preferencias personales, como las tenemos las mujeres, pero que leen y admiran sin restricciones las buenas obras independientemente de quién las haya escrito. También hay escritores que son conscientes del hecho de que hay más lectoras que lectores.

Intento recordarme a mí misma como lectora que me iniciaba en la escritura, intento recorrer mentalmente mi formación y veo que durante muchos años no fui nada consciente de esta discriminación. Me formé como escritora, leyendo y leyendo, sin tener, ni mucho menos, la sensación de que por ser mujer tuviera que formar parte de una especie de subgénero, sin haber tenido nunca en cuenta que mi sexo pudiera ser un condicionante de mi proyectada vida literaria. Para mí la -a solamente era una marca de flexión para la palabra escritor. La idea de que entre una forma y otra de la palabra pudiera haber diferencias de calidad o de importancia me era completamente ajena.

Algunos hechos destacados hicieron posible aquella etapa de inocencia. La primera es que no leía sobre lo que leía. Vivía la experiencia lectora, disfrutaba de las obras, como mucho quizá leía la biografía del autor que llevaban sus libros, pero en general las informaciones extraliterarias no me interesaban mucho. Quizá hojeé una colección de biografías de escritores que hacía entonces La Caixa, pero poco más. Leyendo a algunas mujeres tenía de tal forma la sensación de que me permitían un acceso abierto e ilimitado a sus mundos que no me hacía falta casi nada más para entenderlas. En algunos casos reconozco, sin embargo, que los datos biográficos aún ponían más en valor aquellas figuras. Una vez conocida la vida de Rodoreda, por ejemplo, y sus ideas sobre la creación literaria, es difícil leerla sin tenerlas en cuenta. Saber cómo Caterina Albert defendía su independencia artística por encima de los condicionantes de género es relevante. Descubrir que Montserrat Roig debía batallar para deshacer en la mirada de los otros los prejuicios que provocaban tanto su evidente belleza como su procedencia de clase también es bueno recordarlo. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que sean datos necesarios para proceder a la lectura de sus obras. Personalmente me fue útil acceder primero a los textos y luego a la información no contenida en ellos. Mis lecturas eran así virginales, sin contaminantes ambientales. Ahora, cuando vamos a buscar un libro ya tenemos muchos datos de su autor, de la manera como ha sido escrito, a veces incluso del proceso de edición. Para vender libros no basta con explicar lo que contienen, nos tienen que explicar la historia del libro mismo.

Otro hecho importante que me impidió crecer pensando que como escritora debería ser menos que mis homólogos masculinos es que tuve la suerte de encontrarme con grandes profesores de literatura a lo largo de todas las etapas educativas. Grandes maestros con una visión completamente opuesta a la de los hombres que menciona Laura Freixas en su libro. Muchos de ellos, hombres que no hacen distinciones, que ven los textos, las creaciones, la vida que late detrás de cada fragmento escrito. Nada más.