El turno

Escribir desde el estómago

NAJAT EL HACMI

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He tenido que contener la risa cada vez que he oído a algún escritor explicar que todo, absolutamente todo, cuanto hay en sus novelas es inventado, y me he puesto como un tomate de vergüenza ajena cuando he presenciado cómo otros declaraban impúdicamente que, como texto basado en hechos reales, no había ninguna invención en las 500 páginas de su volumen. Los dos tipos de escritores son grandes mentirosos, o cuando menos deshonestos con la profesión o con ellos mismos. Porque, es cierto, hay escritores que creen inventárselo todo y ni se les ocurre pensar que en miles de años de historia literaria de la humanidad, tanto la escrita como la que no, hay bastantes posibilidades de que lo que están diciendo ya lo hubiese dicho alguien antes.

Así pues, ¿por qué escribir? Pues el único motivo que aún se me ocurre -si es que debe haber alguno- es el de dar una visión particular y única del trozo de mundo que se conoce, no para inventarse nada, sino para reformular la realidad a través del propio proceso de destilación. Pero eso solo pasa cuando el escritor hace el trabajo desde las entrañas, siendo honrado con su propia verdad aunque esté hablando de los anillos de Saturno. Todo esto me ha venido a la mente leyendoLo que me queda por vivir, deElvira Lindo, una de esas novelas a las que no pides explicaciones y simplemente la lees. Te arrastra y no le preguntas por qué está escrita de esta forma y no de otra. El secreto es muy simple: es un volumen tan sincero que no puedes hacer otra cosa que creértelo de arriba abajo. Y conocer las grandes verdades que cuenta: que la maternidad no es, ni mucho menos, la instantánea idílica de las revistas del corazón y que ninguna madre nace enseñada, por mucho que digan. Unas verdades imposibles de narrar si crees que te lo inventas todo o bien que no te inventas nada.