UN PAÍS ESPERPÉNTICO
'La escopeta nacional'
Aunque pueda parecer cinismo, lo de Pujol Ferrusola es en realidad una sutilísima capacidad de análisis porque el conjunto de las Españas no ha emergido del esperpento
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Qué inmenso José Sazatornil en 'La escopeta nacional', a pesar de que el primogénito de los Pujol no lograra recordar el nombre en su declaración. Cuando trataba de justificar movimientos de fondos y chanchullos fallidos ante el magistrado, el júnior dijo sentirse como el actor barcelonés, igualito que el 'pagafantas' de Saza, todo él nariz, quien encarna en la película de Berlanga a un fabricante catalán de porteros automáticos. El pobre Jaume Canivell de la cinta acaba pagando la fiesta y la cacería en la finca del marqués de Leguineche, adonde acude con la esperanza de contactar con un ministro franquista para que le ayude a colocar el invento tecnológico en los hogares de la clase media. Jordi Pujol Ferrusola aseguró también que tiene «problemas para vivir», muy en la línea del «'no en tenim ni cinc'» de la matriarca en el Parlament. Grandes frases para la posteridad, como aquella de «ens han fet fora de casa».
Aunque pueda parecer cinismo, lo de Pujol Ferrusola es en realidad una sutilísima capacidad de análisis porque el conjunto de las Españas no ha emergido del esperpento que 'La escopeta nacional' pretendía reflejar hace 40 años. Hoy como entonces, siguen estilándose las monterías (a Blesa, de Caja Madrid, y al Rey emérito les chiflan), los líos con amantes (ni siquiera Bárbara Rey ha salido de escena), los cánticos falangistas en los entierros y sobre todo el unto, el alegre vaivén de los sobres.
Con el leve giro argumental de que ahora no se trata de engrasar un negocio de interfonos, sino una panoplia de aeropuertos fantasma, trenes que no llevan a ninguna parte y subvenciones fraudulentas. Llámese el 3%, la corrupción del PP o las componendas del PSOE andaluz. ¿Hasta cuándo? ¿Era esto la democracia del consenso?
Lo llamaron Transición modélica, pero depende para quién. Porque al ciudadano de a pie no le abandona la sensación de estar metido en el pellejo de Alfredo Landa en otra película de la época, titulada 'Cateto a babor'. Para los jóvenes, mucho mejor un hito diferente del landismo, 'Vente a Alemania, Pepe'.
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