Dos miradas

Esas malditas luces

EMMA RIVEROLA

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Otra vez, piensa ella, un año más esas malditas, radiantes y almibaradas luces en las calles. Otra vez esos guiños crueles que titilan en sus pupilas. Sola, parecen decirle. Estás sola. Fatal y completamente sola. Otro calendario de ausencias arrojado a la basura. Otras uvas atragantadas por un nudo de deseos incumplidos.

Y la soledad que guarda en el cajón, esa que mantiene dormida con nanas de engaños, se agita inquieta en la oscuridad. Quiere salir. Inundarlo todo. Y repetirle, sola. Estás sola. Vacía en una Navidad sin pesebre ni árbol con guirnaldas. Sin retornos a casa, pues nunca hubo nadie que partiera. Sin las caras felices de los anuncios ni nadie a quien sorprender con un regalo. Tal vez comparta mesa con otros que se sienten como ella. Suplentes. Supervivientes de sí mismos. Soledades que nunca suman compañía.

De nuevo prendieron las luces. Las calles se llenan y el papel de regalo se agota. Todo se vende y todo se compra. Excepto la felicidad que se desea en cada conversación. La nostalgia se presentará sin ser invitada. Le invadirá con el sonido quebrado de los villancicos en el tocadiscos, el olor a humedad del musgo sobre el papel de diario y las huellas de los camellos en el alféizar de la ventana. Memoria que huele a derrota. Pasado que se burla del presente. Recuerdos que vienen a gritarle que, de nuevo este año, está sola. Triste y perdidamente sola.