El ataque a 'Charlie Hebdo'

Esa risa insoportable

Los islamistas combaten la imagen crítica que devuelven los espejos deformantes del humor

ALBERT GARRIDO

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Hay una línea de pensamiento que nace en el libre examen, sigue en la libertad de expresión y se ramifica luego en múltiples realidades, una de las cuales es el humor. Esa es una herencia de las Luces, de aquella revolución que hizo del hombre la vara de medir de todas las cosas, por encima incluso de los mitos o creencias más arraigados. Es esa una herencia incompatible con los totalitarismos, sean estos fruto de versiones descabelladas de viejas religiones o de delirios políticos de toda clase. En la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco, el venerable Jorge, un monje fundamentalista cristiano de colmillo retorcido, administra la muerte entre sus compañeros de rezos para mantener en secreto la existencia de un ejemplar del segundo libro de la Poética, de Aristóteles, donde se sostiene que con la risa se puede glorificar a Dios. La distancia entre lo que pudiera dejar escrito el filósofo griego -el libro en realidad se perdió en la noche de los tiempos- y la brega semanal de los dibujantes de Charlie Hebdo es probablemente inmensa, pero las convicciones sectarias del monje y las de quienes apretaron el gatillo en París son de naturaleza similar, cuando no igual.

Si el sentido del humor es una señal de inteligencia, la risa provocada por la crítica -una viñeta, un artículo, un juego de palabras ocurrente, un razonamiento irónico- es un gesto de libertad. Aquí no hay término medio: o es posible la crítica o no lo es. En el islamismo no lo es; en el islamismo solo tiene cabida el sometimiento de todo a «una reglamentación inspirada en la religión y que adquiere en consecuencia un carácter religioso», afirma Mohamed Charfi. Y sigue: «Para algunos, es la religión misma y, por esta razón, no puede tocarse. Es preciso que las cosas se mantengan sin cambios». El tiempo queda congelado y la sociedad es condenada a vivir en una especie de ensimismamiento perpetuo, excluyente y retrógrado que impide importar cuantas ideas nuevas alteren el orden establecido mediante el texto revelado, la imitación del profeta y la sharia.

En la película En busca del fuego, de Jean-Jacques Annaud, autor asimismo de la versión cinematográfica de El nombre de la rosa, hay una escena llena de intención: ríe la mujer perteneciente al grupo humano más evolucionado; nada entienden los hombres procedentes de una cultura más rudimentaria. En otro momento, todos logran reír y se desencadena un mecanismo de cohesión del grupo. Con los fundamentalismos-totalitarismos, sean islamistas o de otra natraleza, sucede lo mismo: la ausencia de la risa es una muestra inequívoca de retroceso o de «retraso histórico», como dice Charfi. En su seno solo es posible la risa clandestina, el chiste afilado contado en voz baja, porque el humor oficial, aquel autorizado por la suprema autoridad de los ideólogos, excluye acercar el objetivo de la cámara a la realidad.

En la tradición del periodismo satírico francés, poner límites es incompatible con la tradición misma. Charlie Hebdo forma parte de este enfoque, de esta manera de interpretar la actualidad, y por eso se convirtió en un adversario a ojos de los islamistas, esa fue la razón que hizo del semanario un símbolo y un enemigo a abatir. ¡Ah, los símbolos! Los símbolos resultan peligrosísimos porque compendian en muy poco espacio un estado moral, un objetivo, una voluntad, una forma de vivir. «Sin humor estamos muertos», escribió en una viñeta Patrick Chappatte, del International New York Times. Es decir, donde hay humor hay vida, y esa es la contribución de Charlie Hebdo a nuestro presente y su condición de símbolo más allá de constituir un ejemplo radical de libertad de expresión.

Imaginemos qué sería de nuestra cultura si a cada arremetida del poder, de los iluminados de la bomba, de los dictadores y de los matarifes, los humoristas se hubieran plegado a sus exigencias, hubieran callado, se hubieran acomodado. Desde tiempo inmemorial, el humor y la risa desempeñan una función capital: sentarnos ante un espejo y devolvernos la imagen deformada, pero elocuente, de nosotros mismos sin edulcorantes. Para los islamistas, es imposible afrontar la realidad devuelta por los espejos deformantes, como lo es para el dictador de Corea del Norte aceptar que una película haga caricatura de su persona. «Los integristas persiguen a los escritores -vale también para los dibujantes de Charlie Hebdo- porque saben que un creador de ficción introduce la duda y a veces la risa en la fortaleza de la certidumbre. La duda puede pasar. La risa resulta insoportable. ¿Qué futuro puede esperar una sociedad que ha olvidado la risa?», escribió hace 20 años el autor marroquí Tahar ben Jelloun. Esa es la pregunta que se hacen muchos musulmanes, en Europa y fuera de ella, desde la mañana del miércoles, afligidos por la realidad obscena de asesinatos perpetrados en nombre del islam.