El final de la indefinición

Entre pragmáticos e intransigentes

Dos sectores del independentismo se vigilan de reojo, y quien gane definirá la política del próximo año y medio

ilustracion de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

ORIOL BARTOMEUS

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Una vez terminado el ciclo electoral, a la espera de la repetición de las generales, que todas las encuestas indican que no modificarán sustancialmente el equilibrio de fuerzas, en Catalunya ha llegado el tiempo de gobernar. El movimiento independentista se ha despertado de la larga resaca del 27-S, que se estiró hasta el 20-D y luego en la agónica negociación para investir presidente, y se ha encontrado en las manos una paradoja difícil de gestionar: hay mayoría independentista, pero no hay mayoría para proclamar la independencia. El 27-S hizo del independentismo la fuerza central del país, obligada a liderar la agenda política, pero a la vez le negó el apoyo suficiente para cumplir su programa máximo. Tienen mayoría en el Parlament, pero les falta el mandato definitivo que solo otorga la mayoría absoluta en votos. El 47,8% pesa como una losa, a pesar de lo que digan los portavoces del procés.

NUEVAS ALIANZAS

Ante eL escenario de bloqueo, una parte de los independentistas estaría pensando en hacer la cuadratura del círculo: una salida que permitiera desatascar la situación y a la vez no renunciar al objetivo final de la independencia. La solución podría estar en el acercamiento a la otra mayoría surgida del 20-D y articulada alrededor de En Común Podem, recuperando la propuesta de celebración de un referéndum como vía posible para solucionar el «problema catalán». Una opción que parecía muerta y enterrada, y que los independentistas habían dejado atrás a la hora de confeccionar la hoja de ruta fundacional de Junts pel Sí, ratificado en el acuerdo de investidura con la CUP.

La apuesta por el referéndum permitiría a los independentistas desbloquear la situación por la vía de ampliar la base social, una condición sine qua non a tenor del resultado del 27-S. A estas alturas es evidente que la independencia solo es posible con una mayoría clara de los votos, y de ahí la necesidad imperiosa de sumar gente a la causa. El referéndum podría ser la vía para lograrlo, y además permitiría desactivar el voto del miedo, que fue el responsable en última instancia de que los independentistas no alcanzaran el 50% de los votos el 27-S. Esta vía también podría tener otras virtudes nada desdeñables, como liberar la mayoría de Junts pel Sí del dogal con que los liga la CUP desde la investidura de Carles Puigdemont, y que otorga a los anticapitalistas un poder determinante sobre el ritmo y los contenidos de la acción del gobierno, como se ha podido comprobar de forma reiterada en los tres meses que lleva Puigdemont al frente de la Generalitat. Volver al referéndum permitiría abrir el juego de alianzas parlamentarias a otras fuerzas, principalmente con Catalunya Sí que es Pot, lo que de rebote podría generar un bloque importante en el Congreso, donde los representantes de ERC y CDC han quedado marginados tras el 20-D (una posición que no se prevé que la repetición de las elecciones mejore).Ç

PUGNA SOTERRADA

Esta apuesta, sin embargo, no está exenta de riesgos, y posiblemente es por eso que no se ha dado a conocer que abiertamente figure en ningún documento. Oficialmente, la hoja de ruta sigue vigente en su literalidad, aunque su concreción política va más lenta de lo que suponía el calendario inicial, por mucho que lo desmientan los dirigentes de Junts pel Sí.

Ahora bien, el posible movimiento de retorno a la pantalla del referéndum existe, y la prueba es que ha levantado una corriente contraria en el interior del bloque independentista, precisamente en un momento especialmente complicado en su seno, con el resurgimiento del debate entre CDC y ERC de la lista única a las elecciones generales y la elección del nuevo presidente de la ANC.

Para esta corriente, volver a la apuesta por referéndum significaría una claudicación. Tampoco este colectivo se ha presentado en público, pero se percibe la sombra por todas partes. Algunas afirmaciones en torno al manifiesto Koiné serían un síntoma evidente, como también alguna intervención del expresident Artur Mas, o algunas iniciativas parlamentarias de la CUP.

Todos los que han arriesgado su crédito político a la única carta del logro íntegro de la hoja de ruta en su literalidad, forman parte de este colectivo que autoerige en vigilantes del proceso, en defensores de su integridad . Son los del «ni un paso atrás», temerosos de que la necesidad de oxígeno de Puigdemont en el Parlament termine por descafeinar la hoja de ruta, y deje en nada el acuerdo de investidura (que supuso una fuerte rotura interna en la CUP) o las posibilidades de un retorno triunfal a la presidencia. Uno y otro sector no se han identificado, no se han presentado en público, pero existen y se vigilan de reojo. Quien gane esta guerra no declarada definirá la política catalana del próximo año y medio.