Análisis

Entrando en 'terra incognita'

El Reino Unido quizá aspire a dejar la UE pero conservando las ventajas de haber estado, pretensión a la que hay que oponerse

PERE VILANOVA

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Todos, todos equivocados: las bolsas, las casas de encuestas, los observadores más ponderados, los analistas más agudos y un servidor. Todos equivocados, porque en general ante el referéndum británico se han expresado todo tipo de pronósticos desde dos ópticas erróneas: que la lógica de la macroeconomía lo sobredetermina todo y que el ser humano, colocado ante una urna, actúa por elección racional, siendo esta (la elección racional) una derivada de lo anterior (la macroeconomía). ¿Pero cuándo aprenderemos? Ante todo, el brexit es la expresión de una campaña electoral refrendataria, es decir, que se dirimía con un  o un no yen la que la motivación era altamente emocional, individual y colectivamente. Lección primera: la política es altamente emocional. Lección segunda: precisamente por eso mantiene altas dosis de imprevisibilidad, a veces más, a veces menos, pero la política en muchas ocasiones parece ilógica porque da resultados imprevisibles. No aprendemos.

En este caso, además, tenemos otro ejemplo de qué pasa cuando votan unos cuantos sobre algo que concierne a todos. El 72% de los votantes británicos han votado sobre un tema que tiene en vilo al mundo entero, los 500 millones de habitantes de la Unión Europea y más allá. De la misma manera que parecen tener razón los que dicen que en las elecciones presidenciales norteamericanas solo votan los ciudadanos de Estados Unidos pero sus resultados nos conciernen a todos. Estas son las reglas de la democracia.

El problema ahora es que entramos en una auténtica terra incognita. Habrá que negociar un protocolo complicado, que parte de que el Tratado de la Unión, como siempre en estos casos, ha de prever la cláusula de «denuncia del tratado», esto es, que todo Estado miembro tiene el derecho de irse, pero respetando los mecanismos del tratado en relación con esta cuestión. Vista la trayectoria británica desde la señora Thatcher hasta hoy mismo, es de temer que el Gobierno del Reino Unido adopte una estrategia de irse pero conservando todas las ventajas de haber estado, y aquí es donde la UE debería adoptar una estrategia basada en la firmeza más intransigente. Si el Reino Unido quiere salir de la UE, que lo haga, pero rápido y sin ambigüedades, y después, solo después, que empiece una negociación para conseguir un «acuerdo de país tercero». Si aquí la UE falla, cosa a la que nos tiene desgraciadamente habituados, seguirán Dinamarca, Holanda y quién sabe si Francia.

De momento, dejemos de lado toda idea de más Europa, una Europa más federal, y no hablemos ya de una política común de seguridad y defensa. Esto es un parón con todas las de la ley y la UE tiene que hacer sus deberes. ¿Impacto en elecciones nacionales? En Francia o Dinamarca, por supuesto. ¿En España? No parece. Aquí el único tema de política exterior que ha agitado las campañas electorales (cada seis meses) es… Venezuela. ¡Ah! Por cierto, en el Reino Unido el que convoca una consulta y pierde dimite. Pasó en Escocia y ha pasado en el Reino Unido.