Ensayo general en el Camp Nou

Luis Enrique, en un momento del partido ante el Celta.

Luis Enrique, en un momento del partido ante el Celta. / periodico

JORDI PUNTÍ

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El jueves por la noche, menos de 24 horas después del anuncio de despedida de Luis Enrique, TV-3 emitió -en prime time- un programa especial del departamento de Deportes: 'Marcats per l’adéu del Lucho'. La música del piano con que abrían los primeros minutos tenía un tono luctuoso, parecía que el entrenador del Barça había pasado a mejor vida. Luego el montaje ofrecía durante media hora las opiniones de técnicos, jugadores y aficionados -todos hombres, ninguna mujer- que intentaban entender la decisión y repasaban su trayectoria como entrenador.

Supongo que para TV-3 el programa obedecía al famoso interés general, y quizá a un intento desesperado para remontar las audiencias, pero al mismo tiempo era una muestra de esa voluntad de conciencia colectiva 'blaugrana' que habitualmente se arroga la televisión pública catalana. En realidad, el propio programa era un buen ejemplo de la complejidad mental que exige ser un seguidor del Barça. A veces pienso que si Sigmund Freud hubiese abierto consulta en Barcelona, allá por los años 20, sus teorías del psicoanálisis, del subconsciente, de las histerias y las fobias, habrían florecido aun más con ejemplos del carácter azulgrana.

Tomemos como muestra la decisión de Luis Enrique. Tras la debacle de París, de repente parecía inevitable un cambio de entrenador al final de temporada. La expresión 'fin de ciclo' volvió a los titulares, así como las quinielas sobre sus posibles sustitutos. Y sin embargo, el anuncio real de su marcha, en frío y como colofón a la rueda de prensa, cogió a todo el mundo por sorpresa. ¿En qué quedamos? ¿Lo esperábamos o no? Quizá lo que ocurre es que nos gusta dudar, sacar hipótesis sobre el futuro del equipo, airear nuestros miedos, jugar con los destinos de nuestros ídolos igual que hacían los dioses griegos.

Cada club tiene sus formas de lidiar con la distancia entre la ambición y lo que ocurre en realidad, y en el Barça se tiende a las rarezas colectivas. En nuestro pedigrí culé, por ejemplo, está el registro irónico: yo he visto silbar a Van Gaal tras ganar un título, y aplaudir a Bogarde cada vez que demostraba en defensa su falta de cintura. Yo he visto a un aficionado sufrir con un 3-0 a favor: sufrir porque, si nos marcaban, con el 3-1 empezaría a sufrir porque otro gol del rival nos haría sufrir de verdad...

En esta tesitura emocional, la victoria contundente de ayer contra el Celta sirvió para nivelar la desazón de las últimas semanas. Viendo la forma en que iban cayendo los goles, y además el espléndido juego coral e individual, uno se imagina a algún aficionado cenizo diciendo: "Pero guardaros algún gol para el miércoles, chavales". Otros, en cambio, seguro que aprovecharon el viento a favor y las buenas sensaciones para ver ese 5-0 como un ensayo general. En el bar donde yo estaba viendo el partido, como mínimo, cuando el árbitro pitó el final, un aficionado prototípico culé se levantó de su silla y, mientras se ponía el abrigo, proclamó severamente: "Yo ya firmo el mismo resultado contra el Paris Saint-Germain". Como si fuera lo más normal del mundo. Por pedir que no quede.