Al contrataque
El enfermo europeo
Las imágenes de hinchas holandeses en Madrid tirando monedas a mujeres rumanas que pedían limosna son la mejor metáfora sobre nuestra Europa
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
¿Cuánto cuesta en euros la secuencia de un padre rapando al cero con una maquinilla desechable la cabeza de su hija de 4 o 5 años para librarla de los piojos? ¿Cuántos votos puede valer la foto donde una madre se echa a llorar ante un hijo que no sabe cómo consolarla? ¿Cuántos puntos de share aseguran las imágenes de miles de seres humanos deambulando entre el barro y la mugre, agolpándose en torno a los camiones de comida o jugando a las cartas en la entrada de destartaladas tiendas de campaña como si fueran los porches de sus antiguas casas?
No se preocupe si lo desconoce. Seguro que a lo largo y ancho del continente una legión de asesores y doctorados en las mejores universidades ha elaborado una amplia gama de modelos matemáticos capaces de predecir los resultados sin apenas margen de error. Cuando se trata de su bienestar, Europa nunca ha escatimado en gastos. Pregunten en África, Asia u Oriente Próximo si no lo creen.
Resulta tan conveniente disponer de un sicario como Turquía justo al otro lado de la calle para ejecutar el trabajo sucio a un precio razonable, o tener en el mismo vecindario a kapos como Viktor Orban o Marine Le Pen para culparles como esos malos desalmados que abandonarían a su suerte a miles de refugiados sin remordimientos. Si no existieran, tendríamos que inventarlos. Son buenos para los negocios. En Siria nos iba muy bien con Asad, como en Libia cuando aún vivía Gadafi. Incluso pensamos en librarnos de ellos y apropiarnos de sus carteras de negocio, pero somos tan avariciosos como incompetentes y ahora les echamos de menos.
El miedo, el alma del fascismo
Los fantasmas del fascismo y la xenofobia recorren Europa entre las limpias aguas de nuestras encantadoras piscinas, el confortable interior de nuestros monovolúmenes familiares, los armónicos cantos de nuestras piadosas comunidades de feligreses y las coloridas estanterías de nuestras excitantes tiendas de ropa low cost. El miedo es el alma del fascismo, y la indiferencia, su mejor aliada. Los mismos gobiernos que se escandalizan por el ascenso de los movimientos de inspiración neofascista y discurso xenófobo les dan la razón abrazando sus políticas. Con la misma enfermedad hipócrita que aquellos mandatarios que cedieron ante Hitler por un pedazo de paz, renuncian a los principios de esta Europa que antes nos parecía de los mercaderes pero ahora pertenece a los indecentes.
La semana pasada un grupo de hinchas holandeses se divertían en la plaza Mayor de Madrid tirando monedas a mujeres rumanas que pedían limosna. La policía intervino para desalojar a las víctimas. No imagino mejor metáfora sobre nuestra Europa. Lo más paradójico será que, dentro de unas décadas, los manuales de economía intentarán explicar cómo un continente envejecido y decadente cerró así la puerta a su futuro.
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