Dos miradas

Un 9 de enero

Hoy hace un año, Carles Puigdemont vivió el sábado más ajetreado, intenso y sorprendente de su vida

El 'president' Carles Puigdemont, en una reunión de Govern.

El 'president' Carles Puigdemont, en una reunión de Govern.

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hoy hace un año, Carles Puigdemont vivió el sábado más ajetreado, intenso y sorprendente de su vida. Dejó Girona como alcalde de la ciudad y regresó de Barcelona, de madrugada, con el encargo de ser, al día siguiente, presidente de la Generalitat. Recuerden la aceleración de aquellas horas que cambiaron la fisonomía de un país. En el último instante del encuentro, un tanto inesperado que evitaba la prórroga: Mas, fuera de la plaza de Sant Jaume; la CUP, satisfecha con la jugada; y todos un poco anestesiados por un final tan rocambolesco. He dicho «encargo», y eso es lo que pareció y, de hecho, lo que fue. Puigdemont accedía al cargo bajo la sombra de Mas, con la bendición (y las instrucciones) del líder de un partido que aún se llamaba Convergència, y con la sensación de que se convertía en la marioneta que ejecutaría la política que Mas, por la presión de los radicales y los escasos resultados de la coalición, no podía llevar a cabo.

Un año después, sin embargo, Puigdemont ha sido capaz de quitarse de encima aquel sambenito. Cualquier gesto de Mas parecía calculado y táctico. Los de Puigdemont parecen estratégicos y sinceros. Más allá de la bondad de sus planteamientos –o de las críticas que recibe–, el hijo predilecto de Amer se ha consolidado porque representa una vía convencida y no interesada. Además, resulta que ahora es el activo más importante de su partido, pase lo que pase en este año vertiginoso. Todo empezó un 9 de enero.