Una reflexión sobre la salud

El encaje de bolillos y la filosofía

El trabajo manual es una excelente terapia para aliviar la mente de los avatares de la existencia

ANTONIO SITGES-SERRA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Una de las mejores decisiones que he tomado en los últimos años ha sido abandonar el Eixample y trasladarme a vivir al Poblenou: un barrio multiétnico. cívico, popular y relajante. Su Rambla es un prodigio de convivencia plural mezclada con una creciente curiosidad turística que esperemos no acabe destruyendo la tranquilidad de este peculiar distrito barcelonés.

Esta confesión inicial tiene su origen en un paseo dominical en el que la Rambla se encontraba animada por una feria con diversas ofertas: embutidos de Osona, pulseras tejidas por niñas de primaria, chiringuitos políticos o artesanías imaginativas. De todos cuantos exhibían allí sus habilidades, lo que más me llamó la atención fue la paradita de un grupo de mujeres sentadas junto a una larga mesa haciendo encaje de bolillos. Tanto, que les prometí dedicarles un artículo. Y aquí está.

Las 'puntaires' de Can Felipa son una docena este mediodía cálido de domingo. Están sentadas alrededor de una mesa-mostrador de más de cinco metros, con sus cojines cilíndricos levantados frente a ellas, posados sobre las piernas. Predominan las mujeres de edad provecta, pero también promete alguna más joven. Todas se hallan entregadas a su labor pero no esconden su satisfacción por ser observadas por los transeúntes. Entre los encajes destacan los tapetes de tamaño medio o los pañuelos discretos, pero una de las puntaires más virtuosas, explica una compañera, teje un ambicioso chal. Clic-clac, clic-clac, clic-clac, clic-clac: el fino traqueteo de los bolillos de madera barnizada que entrechocan, hábilmente manejados por manos diestras y miradas atentas. Las mismas manos que gobiernan tantos oficios de precisión. Como el mío de cirujano, vaya. «Mientras manejamos los bolillos no pensamos en nada. Mantenemos la mente despejada y centrada en el encaje que, poco a poco, se va construyendo. Es un hobby relajante», comenta orgullosa una de ellas. Esto es miel para mis oídos; en nuestro país, casi un tercio de las mujeres están tomando fármacos psicoactivos. Estamos en estado de emergencia. Por tanto: ¡viva los bolillos!

Comparto la idea expresada por la puntaire: el trabajo manual es una excelente terapia para aliviar la mente y abstraerla, siquiera momentáneamente, de los avatares de la existencia. Ayuda a dejar el pensamiento en blanco o a liberar la imaginación mientras, automáticamente, las manos ejecutan un trabajo de precisión que se conoce bien. Las manos ocupadas son una variante del yoga, de la meditación o del mantra (sea este un ommmm o un rosario). Todas las sabidurías milenarias nos han propuesto, de un modo u otro, que de vez en cuando demos descanso a nuestro caletre. No basta con dormir bien. Se trata de ser conscientes de cómo nos vaciamos el pensamiento en los automatismos de unas palabras o de unos gestos cientos de veces repetidos.

Los viandantes se detienen y curiosean; es fácil pensar que la gran mayoría no había visto nunca algo semejante. Yo mismo hacía muchos años que no presenciaba esa forma de artesanía, y menos aún practicada a modo de terapia grupal. Una turista italiana les pide si puede hacerles una foto, a lo que las puntaires no solo contestan afirmativamente sino que posan sonriendo con sus labores frente al smartphone foráneo.

Cuenta la leyenda que el filósofo hispano-judío Baruc Spinoza recibió buena parte de su no poco abstrusa inspiración mientras pulía cristales destinados a instrumentos ópticos de calidad, lo cual, además, le permitió ganarse la austera y corta vida que tuvo. Relata Di Crescenzo en sus Presocráticos que Demócrito fichó a Protágoras como discípulo cuando le vio cargar una pesada carga de leña sobre una mula con habilidad pasmosa. Doy por seguro -creo que Stefan Zweig también era de esta opinión- que si Nietzsche hubiera dedicado algunas horas a la jardinería o al maquetismo no habría enloquecido ni habría muerto tan joven, y encima nos habría legado aforismos algo más compasivos.

A diferencia del malogrado Friederich, las puntaires de Can Felipa parecían gozar todas ellas de buena salud mental: mostraban satisfacción en el rostro y una sonrisa libre de antidepresivos. Vamos, al menos era la impresión que daban. Ninguna de ellas dejará un legado filosófico similar al del alemán, pero, qué quieren que les diga, habrán vivido más y mejor. Al fin y al cabo, Nietzsche ha dado lugar a muchos malentendidos e inspiró atrocidades en algunas mentes psicópatas. Seguro que más de una puntaire albergaba la pena de una viudedad inesperada, o de la desconsideración del propietario de un piso de alquiler, o de ver perder el tiempo a unos jóvenes independentistas que vendían estelades frente a ellas; pero el encaje de bolillos está diseñado, precisamente, para aliviar esos sinsabores. Catedrático de Cirugía (UAB).