Análisis

Elecciones europeas en Grecia

El país decide hoy no solo sobre su bienestar, sino sobre el de otros muchos europeos

CARLOS CARNICERO URABAYEN

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Hoy votan en Atenas, pero miramos con atención desde Berlín, Bruselas y Madrid. Y desde Helsinki y París. Todos los griegos tienen una opinión sobre la Unión Europea. De manera similar, cada vez somos más observadores extranjeros los que tenemos nuestro criterio sobre la política griega. En realidad, ya no somos extranjeros: son demasiadas las sinergias compartidas como para seguir pretendiendo que lo que nos sucede hoy y nos espera mañana podemos entenderlo trazando, en nuestro caso, un cuadrado alrededor de la península Ibérica.

Tras mucho dolor social ha nacido, al fin, la verdadera política europea: la del ciudadano de a pie informado frente a la Europa de las troikas y los hombres de negro. La paradoja no debe dejar de señalarse: la misma UE que contribuyó al fortalecimiento de las democracias del sur en los años 80 tras las dictaduras es percibida ahora como un actor que ha dañado su democracia nacional. Por eso la mayoría de los griegos conciben este día como su gran ocasión para decir ¡basta!

Imposible pasear por Atenas y no pensar en Madrid o Barcelona. El griego tiene la misma fonética que el español, pero cuando afinas el oído no comprendes casi nada. Salvo palabras reiteradas como Merkeltroika o grexit (expresión para definir la posible salida de Grecia del euro). Hace unos días estuvo aquí Rajoy apoyando al primer ministro conservador, Andonis Samarás. El jueves participó en el mitin final de Syriza Pablo Iglesias.

Un país de 11 millones de habitantes acarrea sobre sus espaldas la responsabilidad de llevar al poder una amenaza o una esperanza para su propio bienestar y para el de tantos otros ciudadanos de Europa, sobre todo en el sur. Alexis Tsipras, el líder de Syriza, contrario a la austeridad y a favor de renegociar las condiciones de pago de la deuda, es el favorito en todas las encuestas. Para unos resulta un ángel; para otros, un demonio.

Si Syriza logra gobernar, Podemos habrá empezado a hacerlo sin todavía ganar las elecciones. Como apunta Loukas Tsoukalis, profesor de la Universidad de Atenas, «si Syriza tiene éxito, las posibilidades de Podemos serán mucho mayores». Pero advierte: «Hay una gran distancia entre lo que Syriza propone y lo que de verdad puede lograr».

No es nada extraño que conforme se han acercado las elecciones Tsipras haya ido suavizando su mensaje. Sabe que puede producir mucha frustración democrática en un país acostumbrado a votar y no ser escuchado. Hay quienes comparan su llegada al poder con lo que supuso el primer Gobierno del Pasok en 1981. Su discurso contra la OTAN e incluso la Comunidad Europea se fue diluyendo conforme el ejercicio del poder limó las aristas ideológicas a favor del pragmatismo.

El problema de esta emergente política europea es que se distribuye de forma dispar por cada una de sus capitales en función de su riqueza. Hoy es Atenas, pero mañana y pasado será Berlín.