Análisis

El 'president' Torra y la aluminosis

La exigua mayoría parlamentaria hace aguas por momentos y se confirman los temores de que las grietas que aparecen en Catalunya se irán agrandando

El President de la Generalitat, Quim Torra saliendo del pleno en el Parlament.

El President de la Generalitat, Quim Torra saliendo del pleno en el Parlament. / periodico

Jordi Alberich

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Hace años, expresaba en EL PERIÓDICO mi temor a que Catalunya estuviera desarrollando una especie de aluminosis, aquella enfermedad de algunos hormigones que acaba por deteriorar su resistencia y pone en riesgo la estabilidad del edificio. Aparte de por su trascendencia, esta patología se caracteriza por no emitir la menor señal de alarma. Así, cuando aparece una pequeña grieta, no estamos ante una incidencia menor, es toda la estructura la que se halla seriamente deteriorada. Un paradigma de la dinámica hacia la que parecía encaminarse nuestro país.

Desconfianza empresarial

Ello, con el riesgo añadido de que al ser tantos los datos disponibles, estos pueden articularse para, de manera interesada, otorgar credibilidad a cualquier posicionamiento político. Así, para muchos, el 'procés', en la medida que no les afecta directamente, no ha conllevado el menor coste. Sin embargo, podemos observar que, uno tras otro, son ya muchos los índices que empiezan a mostrar pequeñas grietas.

Se argumentará que ninguno de ellos muestra un deterioro radical. Y es cierto. Pero también lo es que su gran mayoría comparten esa tendencia preocupante. A su vez, resulta sensato considerar que el radical enfrentamiento político, la indiscutible fractura social y la enorme desconfianza empresarial, en forma de fuga de miles de compañías, acelerará esas tendencias que van manifestándose.

Recientemente, han coincido diversos acontecimientos que me reafirman en esta visión pesimista. Así, la ausencia del presidente Quim Torra del acto empresarial a favor del corredor mediterráneo es una muestra paradigmática de sus prioridades. Como lo es, también, el bochorno al que sometió a los Mossos d'Esquadra , o el esperpento que ya fue la sesión parlamentaria de la semana pasada. Cuando todo señalaba que su mandato podía llegar a su fin, escenifica un acuerdo con ERC que puede serlo todo, menos un pacto por la gobernabilidad. Se trata, únicamente, de sobrevivir hasta que, en un entorno de crispación límite tras la sentencia del Supremo, las urnas les sean favorables. De voluntad de gobernar, ninguna.

Sin embargo, el interés general va en la dirección opuesta, la de gobernar para todos, hacer frente a los graves problemas de la sociedad catalana y, tras la sentencia, articular una amplísima demanda social a favor de un indulto que, no dudo, llegará. No se trata de renunciar a la legítima aspiración independista. Se trata de renunciar a ese 'cuanto peor, mejor' que solo conducirá a lo peor.

Hace ya años que los presidentes de la Generalitat se vanaglorian de que el poder reside en lo que denominan calle, articulada alrededor de Òmnium y ANC o, incluso, no articulada. Además, ese Parlament menguado de contenido, se orienta solo a una parte de los ciudadanos, concretamente a algo menos de la mitad, y se aleja cada vez más del resto. Por si fuera poco y como se ha visto este martes, la exigua mayoría en escaños hace aguas por momentos. Lamentablemente, se confirman esos temores de hace años. Padecemos una notable aluminosis, las grietas se irán agrandando.