El caos que me quiere acompañar

A veces, cuando he terminado el artículo que escribo para el diario, cojo casi al azar un par de libros, de un estante en el que habitan libros que tengo olvidados. Últimamente he hecho esta operación de rescate y me he encontrado en las manos, con sorpresa, un par de volúmenes que recogen una buena cantidad de las llamadas 'frases célebres'. La celebridad, me parece, sería discutible en algunos casos, pero lo que no se puede negar es la contundencia de muchas afirmaciones.

Yo siempre he procurado no caer innecesariamente en la rotundidad, porque si es excesiva puede borrar la justeza de lo que se quiere decir. Se pueden hacer frases brillantes pero no siempre aceptables, al menos según mi criterio. ¿Cómo puedo estar de acuerdo con Unamuno cuando dice "se habla cuando no se quiere pensar"? ¿Cuántas veces hablamos después de haber pensado? ¿Todos nosotros hemos dedicado un momento a la reflexión antes de intervenir en un coloquio?

Me ha gustado mucho descubrir, en estos libros olvidados en los estantes esta confesión de Montaigne: "Amo estas palabras que moderan y debilitan la temeridad de nuestras respuestas verbales: tal vez, de alguna manera, alguien, se dice, pienso que...". Hay gente que no valora la indecisión, la duda. Yo lo defiendo como una opción perfectamente respetable. Dudar puede ser, incluso, una exigencia ética, en un mundo que, en muchos aspectos, se va radicalizando en el uso del 'sí' y del 'no'.

Hay perfeccionistas de una exigencia que puede llegar a ser ridícula. Aquella fotografía se debe poner un centímetro más arriba. Yo soy un desordenador. Estos dos libros que ahora he encontrado ya sé que los reincorporaré a un lugar que mañana tendré olvidado. Una canción afirmaba esto: "Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo la razón". Mi olvido no es culpa de la distancia. Tengo los libros a mano. Es simplemente el poder del caos.