En sede vacante

La efervescencia que no será anécdota

Josep Maria Fonalleras

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Uno de los gritos que oí el sábado tenía una doble lectura, irónica y reivindicativa. Decía:«El poble català vol avançar», y se refería tanto a la voluntad de ir más allá en el ejercicio de la soberanía como a la necesidad de moverse, de no quedarse plantado en el asfalto inmisericorde del paseo de Gràcia. Aquella espera podía haber sido terrible, porque asistir a una manifestación, en principio, implica caminar y no soportar el calor como un mirón. Pero no lo fue, porque ciertamente el ambiente era festivo, y lo era de tal manera que cualquier detalle se convertía en un motivo para la distensión: unosgrallers, unpilar de tresque hacía equilibrios, los helicópteros, un hombre que decía «Cuando cuenten, tendrán que restar los turistas». Unakermesseindependentista, pues. Por cierto,kermessees una palabra holandesa que, para entendernos, quiere decir celebración. Está compuesta deiglesiaymisay, en los orígenes, era una concentración de tipo religioso aliñada con bailes y jolgorio popular. Lo fue, la manifestación, porque hubo un componente místico y una variante lúdica, familiar, casi decostellada. Esta combinación es explosiva, porque mezcla la mitología que reclama toda proclama visceral con una especie de gozosa dignidad más bien tranquila, reposada.

La sentencia del Constitucional nos ha enseñado una cosa: los mínimos del Estatut son unos máximos intolerables para el Estado español. Y la manifestación nos ha enseñado otra: aquellos mínimos parece que ya no sirven para dibujar el futuro.Ferran Mascarellha descrito el panorama: más allá de los preceptos clásicos, «el Estado será el fundamento del catalanismovintiucentista». Poca broma. Lakermessedel sábado tuvo la efervescencia de una ola, pero no pasará a la historia como la anécdota de unaplec.