La crisis socialista

El 'efecto Titanic'

El problema del PSOE no son los candidatos o las primarias, sino lograr que los ciudadanos le crean

ANTÓN LOSADA

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«Cuanto más impensable parece un desastre, más inimaginables resultan las catastróficas consecuencias que puede llegar a producir». Así suele enunciarse el estímulo psicológico inspirado por el famoso barco que muchos creen que se hundió para que James Cameron pudiera rodar su película. Hoy, medio partido socialista se cree navegando en un insumergible Titanic y la otra mitad duda de si tirarse al mar.

Muchos en el PSOE creen imposible que pueda acontecer un fenómeno de desaparición súbita, como les sucedió a los socialistas italianos, o de extinción a cámara lenta, como el Pasok griego. La mayoría de los barones creen que la actual tormenta reproduce las turbulencias de los años 90, cuando hasta Felipe González afirmaba ser el problema y la solución. El resto del partido quiere creerlo, pero no sabe.

La mitad del PSOE cree que el truco del voto útil aún funciona y que tan pronto como se imprima un restyling al cartel electoral el votante progresista volverá corriendo al grito de «lo importante es que no gobierne el PP». Por eso se han tomado su tiempo para discutir sobre reglamentos, avales y primarias. A usted y a mí nos puede parecer tan absurdo como si el ingeniero y el capitán del Titanic se pusieran a debatir en mitad del naufragio cómo calcular la resistencia de las cubiertas. La diferencia es que ellos no saben que se hunden. Usted y yo, sí. Nadie discute que el procedimiento de elección del líder suponga una discusión trascendente, como la idoneidad de los cálculos de resistencia, pero tal vez no en mitad de un hundimiento.

Para buen parte del socialismo orgánico, Podemos representa una anécdota y a Izquierda Unida saben cómo desunirla. La otra parte tiende a pensar igual, aunque algo en su fuero interno la avisa de que a lo peor ya nada volverá a ser como antes. El partido socialista ha chocado con el iceberg de la credibilidad. No existe peor accidente para un partido político en estos tiempos de desafección y furia. La gente no les cree. Dejó de hacerlo cuando Zapatero se presentó con un programa y luego gobernó con otro. El PP ha hecho lo mismo y no le está costando tanto, argumentan algunos estrategas; y es cierto. Seguramente por eso los electores socialistas no votan PP.

El problema no es Rubalcaba ni el candidato, ni tampoco si lo eligen en primarias o lo echan a los dados; muchos menos el programa o las políticas. El PSOE afronta un problema que afecta directamente a su supervivencia como proyecto político: que la gente le crea o no cuando promete rescatar a las personas y no a los bancos, subir los impuestos a los ricos o salvar el Estado del bienestar.

A día de hoy la mayoría no se fía. La línea de flotación socialista se halla tan dañada como la del TitanicCarme Chacón tiene razón al reclamar que lo comprometido eran unas primarias abiertas. Eduardo Madina acierta al demandar una votación entre los militantes. Pedro Sánchez tiene derecho a reclamar que no le busquen padrinos y se le reconozca el valor de presentarse, como a Pérez Tapias o Alberto Sotillos. Susana Díaz tiene todo el derecho a querer tanto a Andalucía, y hasta emociona tanto patriotismo. Pero aun teniendo todos tanta razón, son sus problemas, no los de los militantes o votantes socialistas.

Con idéntico acierto se les podría advertir de que no se puede estar y no estar, que cuando el PSOE lo ha pasado peor han tendido a ponerse de perfil, o que resulta absurdo pretender el liderazgo de un partido pasando por encima de sus militantes. Las primarias están muy bien y lucen muy mediáticas, pero la ciudadanía no abre las sedes, ni acude de compromisaria a las mesas el día de la votación. El compromiso de la militancia resulta decisivo para ganar o perder elecciones, pero a la hora de votar la papeleta de un militante vale lo que la depositada por cualquier otro ciudadano.

Si la gente no te cree, la renovación, el márketing, las frases bonitas o las entrevistas en la televisión hacen más mal que bien. La credibilidad no se recupera jugando al escondite, calculando tus bazas o culpando a Rubalcaba. Resulta difícil creer en una candidata o un candidato cuya primera acción consiste en prevenirte contra su propio partido. La credibilidad se recupera siendo auténtico y arriesgándose a perder.

Después de las europeas, el PSOE ha malgastado un mes que no tenía en problemas internos. Ahora los candidatos empiezan por donde deberían haber comenzado, por explicar a la gente qué quieren hacer. La duda reside en saber si no resultará demasiado tarde. La buena noticia es que el PSOE no es el Titanic, solo padece su efecto, y que el trago de la abdicación ya ha pasado y corre por cuenta de Rubalcaba. Tras la dimisión de Pere Navarro por un ataque de melancolía ya no quedan muchas cosas que puedan ir peor. Solo deberían mejorar.