Los jueves, economía

Economía golfa

Las granujadas fiscales que vamos conociendo minan la economía de mercado y una sociedad decente

ilustracion de leonard beard

ilustracion de leonard beard / periodico

ANTÓN COSTAS

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Hasta ahora sabíamos que teníamos una economía sumergida, real pero oculta al fisco, a las autoridades laborales y a la Seguridad Social. Una economía que daña el bien común al reducir el monto de ingresos públicos con los que atender la financiación de los servicios fundamentales que presta el Estado en beneficio del conjunto de la sociedad. Una economía que, además, en la medida que hace competencia desleal a las empresas y trabajadores autónomos que cumplen con la ley, daña el crecimiento.

Pero durante los años de esta larga y ominosa crisis hemos ido descubriendo que en nuestras sociedades de mercado existe también una amplia tipología de actividades financieras, económicas y fiscales que, sin ser sumergidas ni en principio ilegales, están, sin embargo, basadas en el fraude, el engaño, la corrupción, la ocultación o la pura extorsión.

Primero descubrimos la existencia de este tipo de prácticas en el sistema financiero, con múltiples ejemplos: el fraude de las preferentes, el abuso de las cláusulas suelo, el desfalco de algunas cajas de ahorros por parte de sus directivos mediante sobresueldos y pensiones inmerecidas y desmesuradas o, a nivel de la gran banca europea, la manipulación de los tipos de interés de referencia y de los mercados de divisas.

CONDUCTAS CORRUPTAS

Después vino el descubrimiento de la amplísima corrupción política que acompañó a la expansión económica de los 90, a la burbuja inmobiliaria, a la obra pública o a las concesiones para la gestión de servicios públicos por el sector privado. El cobro de comisiones por parte de partidos e intermediarios cercanos al poder político y el desvío de los fondos de los ERE o de la formación profesional son solo algunos ejemplos de estas conductas corruptas.

Ahora estamos viendo como emerge la existencia de conductas de evasión fiscal por parte de algunas élites o de grandes corporaciones multinacionales mediante la utilización de complejas estructuras financieras y fiscales, internas o externas, que, sin ser del todo ilegales, permiten eludir en todo o en parte las cargas fiscales. Lo último descubierto hasta ahora en este campo son los llamados 'papeles de Panamá'. Pero antes ya hemos conocido la filtración del 'caso Luxleaks', que permitió descubrir la existencia en Luxemburgo de acuerdos del propio Gobierno con grandes empresas y corporaciones para evadir impuestos.

Como sucede con la economía sumergida, pero en mucha mayor cuantía, estas prácticas dañan el bien común al reducir los ingresos fiscales de los países afectados. Pero en este caso sus efectos van más allá. Los fraudes financieros, la corrupción política y la evasión fiscal corrompen los fundamentos morales esenciales para la existencia de una economía de mercado y una sociedad decente.

Este tipo de actividades no tienen un nombre específico que las defina. Podríamos llamarla economía golfa, porque está basada en conductas propias de pillos y granujas que practican el timo, el engaño, el chantaje, la extorsión y el lavado de dinero.

No es un fenómeno nuevo. De hecho, la historia financiera y económica muestra muchos ejemplos de este tipo de pillerías y granujadas. Algunas de las obras del gran economista e historiador de las finanzas Charles P. Kindleberger se pueden leer como la historia del fraude, el engaño y el timo. Pero lo que sí es nuevo ahora es la extensión e intensidad que han alcanzado.

TOLERANCIA SOCIAL

¿Cómo se ha podido desarrollar con tanta extensión esta economía golfa? No puede ser solo un problema debido al fallo de los controles administrativos y los mecanismos judiciales y penales. Las leyes y su aplicación solo son efectivas si operan dentro de un marco cultural exigente que repudie y sancione socialmente las conductas corruptas, evasoras y extorsionadoras. Y en este caso no ha sido así.

Este tipo de economía canalla se ha beneficiado hasta hace poco de una cierta tolerancia social que ha existido a lo largo de los años de la expansión y el boom inmobiliario. Socialmente no se veía del todo mal a los golfos, pillos y granujas que proliferaron en esa etapa. De hecho, la expresión «es un golfo» o «es un pillo» se ha utilizado con cierta tolerancia, condescendencia y hasta admiración hacia aquellas personas que mostraban listeza y habilidad en cometer engaños financieros, cobrar comisiones o evadir impuestos.

Pero las cosas han cambiado. Lo que hasta ahora se veía como una golfería ha pasado a ser visto como un delito penal. El malestar con la crisis, el rescate de los bancos con recursos públicos y las políticas de austeridad han acabado con aquella tolerancia. Sin este cambio en la cultura de la sociedad, y que esta vea estas conductas como un daño al bien común y a una sociedad decente, no se puede acabar con la economía golfa.