LA CLAVE
La ecología, esa cosa de jipis
La derecha del siglo XXI no puede seguir considerando las alarmas medioambientales como una exageración de melenudos y filocomunistas
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
La derecha madrileña (que es mucha derecha) olió la sangre en el momento en el que el Ayuntamiento de Madrid decidió prohibir el jueves la circulación de los vehículos con matrícula par. Se trataba de una medida que iba a causar muchas molestias personales y por eso la oposición se tiró en tromba contra la alcaldesa, Manuel Carmena, y su equipo, acusados de improvisación, postureo y otros pecados variados. Nada fuera de lo habitual en la pugna política encarnizada entre los diversos grupos políticos en una institución democrática. Si a los vecinos se les causan fastidios, la oposición no va a dejar pasar la oportunidad de pasar al ataque y levantar la bandera de la defensa del ciudadano.
Pero lo que no deja de sorprender en casos como este es que la derecha sea incapaz de construir un discurso medioambiental propio, que vaya más allá de considerar las políticas en el terreno de la ecología como una materia de grupos radicales, populistas o, directamente, jipis (cuando hace años que ya no los hay).
Puede discutirse si las medidas de restricción de tráfico en Madrid fueron mejor o peor comunicadas, pero las críticas han ido sobre todo a denunciar la «guerra contra el coche» o el poso «ideológico» que hay detrás de la medida. Es decir, la defensa de la calidad del aire formaría parte de la agenda de los populismos. Algo que ya sucedió en Catalunya cuando Joan Saura, entonces 'conseller' de Interior del Gobierno tripartito de José Montilla, introdujo el límite de velocidad a 80 kilómetros por hora en los accesos a Barcelona.
NEGAR EL CAMBIO CLIMÁTICO
Por otra parte, ¿por qué es ideológico restringir el tráfico en una gran ciudad y no lo es construir un escaléxtric en un barrio habitado por miles de personas?
La derecha en el siglo XXI no puede seguir siendo la defensora de los intereses industriales o energéticos aunque estos causen graves daños a los ecosistemas. Ni puede seguir negando el cambio climático y considerar las alarmas medioambientales como una exageración de melenudos y filocomunistas.
Y, atención, porque la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no augura nada bueno. Ya se sabe que lo suyo no es ideológico.
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