Echaremos de menos a Mas
La investidura de Puigdemont complica un gobierno de izquierdas en España. Pero un gobierno de derechas no será solución, sino otro problema
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTON LOSADA
La primera y más evidente consecuencia del acuerdo catalán es que ya no tenemos a Artur Mas para culparle por todo. Estos últimos años de simplezas y tebeos de buenos españoles contra malos catalanes, donde millones de ciudadanos eran manipulados por un taimado, perverso e incluso diabólico 'expresident', se perciben de golpe como lo que siempre han sido: una estúpida pérdida de tiempo.
Guste o no Catalunya tiene hoy un Gobierno estable, con una hoja de ruta trazada y un objetivo de independencia apoyado por la mitad de la población casi con el mismo entusiasmo que lo rechaza la otra mitad. El 'expresident' ya no está pero el problema sigue ahí. Más grande, más duro y más fuerte. Todos aquellos que aseguraban que Mas era el problema también continúan ahí. Otra dificultad que añadir a la larga lista de inconvenientes a sortear.
La segunda y más dolorosa consecuencia se resume en que no parece que existiera un plan alternativo a culpar a Artur Mas. La política española se encamina a ejecutar un doble salto moral que se antojaba imposible. Hasta ahora parecía que los partidos españoles no eran capaces de entender qué sucedía en Catalunya. Ahora, además, parecen incapaces de entenderse entre ellos mismos. Hace tiempo que, en España, la política dejó de constituir el arte de comprometerse con quién quiere algo diferente, para limitarse a la disciplina de arrejuntar y mantener prietas las filas de los tuyos.
El acuerdo catalán puede hacer saltar al hiperespacio a la política española. Con el escenario de unos inminentes comicios catalanes todo invitaba a la paz y la parsimonia. Mariano Rajoy ganaba tiempo para negociar su investidura como a él gusta, suave y lentamente, las revueltas de barones y cuñados en el PSOE debían esperar, Albert Rivera podía opositar a ministro y Pablo Iglesias podía teorizar sobre el referéndum y el derecho a la autodeterminación como si fuera un estudiante Erasmus en España.
Pero aquellos buenos tiempos ya son historia. El marianismo ha perdido el control de la cuenta atrás para la investidura. Puede incluso que alguien empiece a preguntar por qué no se aparta Rajoy, si Mas se ha hecho a un lado por el bien de su país. Las presiones que va a sufrir el PSOE para facilitar un gobierno popular resultarán épicas. Albert Rivera ya se debe ver de vicepresidente y Pablo Iglesias deberá obrar milagros para explicar en España su demanda de un referéndum y su voto negativo en Catalunya. La investidura de Carles Puigdemont complica un gobierno de izquierdas en España. Pero un gobierno de derechas no solo no parece la solución, sino que será otro problema.
Rajoy odia las sorpresas en política. Catalunya acaba de darle la razón. Cuando tu manera de hacer política consiste fundamentalmente en evitar hacerla, las sorpresas suponen algo más que una molestia. Se convierten en una desgracia porque obligan a aquello que se pretendía eludir a toda costa: construir soluciones políticas para problemas políticos.
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