El ébola que retrató a España

Teresa Romero fue durante una semana una bomba biológica de paseo por Madrid

La enfermera Teresa Romera saluda a los medios al salir del hospital, el pasado noviembre en Madrid.

La enfermera Teresa Romera saluda a los medios al salir del hospital, el pasado noviembre en Madrid.

MANUEL VILASERÓ

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¿Que podía ocurrir la madrugada de un 7 de agosto en Madrid que hiciera enloquecer los móviles? ¿Otra catástrofe? ¿Un accidente aéreo? ¡Qué va! Uff, no era tan grave. O, al menos, no lo parecía. La inefable ministra de Sanidad, Ana Mato,  había decidido traer a España a un misionero infectado de ébola. La operación se vendió como modélica, propia de un país con la mejor sanidad del mundo (¿les suena?) y con un despliegue de medios sin precedentes. Orgullo patrio en estado puro.

Recuerdo como si fuera hoy los insistentes llamamientos a la calma. «El riesgo de contagio para la población es mínimo». Como tantas otras veces, les creímos. Cinco días después moría Miguel Pajares. No tenía ninguna posibilidad de sanar, como más tarde reconocieron los médicos que le habían atendido. Pero si de infectar. Una auxiliar de enfermería, Teresa Romero,  se contagió al limpiar su habitación convirtiéndose en una auténtica bomba biológica de paseo por Madrid. Se había encontrado mal pero ni a ella ni a nadie de quienes la supervisaban se les ocurrió que podía haber contraído la temible enfermedad. Durante una semana tuvo contacto directo con unas 40 personas que luego serían puestas en cuarentena.

La emergencia retrató como pocas veces a la sociedad española.  En una histórica rueda de prensa donde no sabía ni a dónde mirar, Ana Mato cavó su tumba política. El consejero de Sanidad madrileño se puso también la soga al cuello al culpar de todo a la auxiliar de enfermería. Romero fue una heroína fugaz, eclipsada por un marido y un abogado que la indujeron incluso a mentir sobre su visita a la médico de familia, quizá para lograr una indemnización más suculenta, una mejor tajada mediática o ambas cosas a la vez.

Frente a tanto ruido, emergió la figura del personal sanitario que logró el milagro de salvarla y de los cooperantes que se esforzaron en aprovechar la oportunidad para intentar cambiar el foco. «La mejor medida para evitar que el ébola llegue a Europa es luchar contra la epìdemia en África», se hartó de repetir la oenegé Médicos sin Fronteras, con un eco perfectamente descriptible. Miles de personas murieron el África.

Aquí en Europa la única victima mortal fue Excálibur, el perro de Teresa, sacrificado en la reacción exagerada de primera hora de unos políticos pillados en falta.

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