Análisis

Dos mundos pero un solo poder

El independentismo se encontrará ante el clásico dilema gramsciano: guerra de movimiento o guerra de posiciones

Puigdemont no se da por cesado y llama a la "oposición democrática" al artículo 155

Puigdemont no se da por cesado y llama a la "oposición democrática" al artículo 155 / periodico

ANDREU CLARET

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Debe ser por el centenario de la revolución rusa. Algunos comentaristas han echado mano de lo que ocurrió en Petrogrado entre febrero y octubre de 1917 para analizar la situación catalana desde la perspectiva del doble poder. El poder del BOE y el de la Asamblea de Electos de Catalunya. Por un lado, el Boletín Oficial del Estado, en manos de Soraya Sáenz de Santamaría, que acumula las competencias de Puigdemont y de Junqueras. Por el otro, el de la AECAT, integrada por diputados, alcaldes y concejales independentistas. Dos mundos. Aunque es pronto para saber si podemos hablar de doble poder. A partir de la revolución de febrero, así fue en Rusia. Sobre todo en San Petersburgo, donde la fuerza del Soviet era tal que el Gobierno provisional no estaba en condiciones de desmantelarlo. Y donde el Soviet no estaba en condiciones, todavía, de acabar con el viejo sistema. Aquí, las cosas son un poco más complicadas.

Una nueva mayoría: la que está por las elecciones

Creo que Rajoy convocó las elecciones para evitar que el doble poder se eternizara. Alguien le habrá dicho que en estos casos el tiempo corre a favor de los de abajo. Por el síndrome de David y Goliat y porque el Estado es un elefante aterrador pero vulnerable frente a un ejército de ciudadanos dispuestos a hacerle la vida imposible. En Catalunya no habrá doble poder, pero sí dos mundos montados en dos relatos. Y si el relato del Estado fuera el de aprovechar que el Pisuerga pasa por Girona para aplastar el catalanismo, más temprano que tarde perdería esta batalla. Si es otro, si es el de las elecciones, está por ver. El cansancio y el miedo han hecho mella en la población. Han dibujado una nueva mayoría, la de quienes pensamos que solo unas elecciones nos pueden sacar del atolladero. Por eso levantó tantas esperanzas que Puigdemont estuviera en un tris de convocarlas, y tanta amargura comprobar que se echaba atrás por un tuit de Rufián (es un decir). Si el Gobierno no actúa con espíritu de reconquista, tiene una oportunidad.

Dilema mayúsculo para el independentismo

El mundo independentista se dividió el día antes de votar y sigue estándolo el día después. Puede que algunos en la AECAT sueñen con Petrogrado, pero muchos deben empezar a pensar que la toma del poder (la independencia) será más larga y procelosa de lo que habían pensado hasta ahora. Se encontrarán con el clásico dilema gramsciano: guerra de movimiento o guerra de posiciones. En el primer caso, la confrontación está garantizada y la suerte echada. A corto plazo, nadie puede con un Minotauro herido en su orgullo y dispuesto a todo. Si optan por la guerra de posiciones, ellos también tienen una oportunidad. Sobre todo en cuanto a mantener la hegemonía que han conquistado entre las clases medias y en el territorio más profundo. Puede incluso que pudieran ampliarla si el Estado se pasa, lo que suele ocurrir. Lo sensato sería esto, pero no será fácil, porque no basta con cavar trincheras en la Catalunya que les es más propicia. De nada les servirían si quedasen fuera del nuevo Parlament. Y unas elecciones convocadas por Rajoy constituyen para ellos un dilema mayúsculo. En su intervención grabada de este sábado, Puigdemont no despejó todas las dudas. Aunque me pareció que había leído a Gramsci.