Vino de mi cosecha

Dos metáforas

JOSEP M. FONALLERAS

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No lo he entendido hasta que no he visto las imágenes en Youtube. No me imaginaba qué gracia tenía saltar desde un balcón sin más; pensé que el ser humano siempre guarda, en un rincón oscuro, oscuras prácticas que no llevan a ninguna parte, pero ésta se me escapaba de las manos y de la sensatez. Pensé, también, que como no existía la menor medida de protección (o sea, cuerdas que te agarraran a un puente, por ejemplo), la caída era fatal, inevitable y, por supuesto, inútil. Después, lo he entendido. De estos jóvenes que caen al vacío, algunos lo hacen en el intento de pasar de su balcón al balcón de los vecinos, un esfuerzo que sigue siendo atrevido y bastante idiota pero que al menos tiene un objetivo: tentar al destino y demostrar que se es lo suficientemente valiente (y también inconsciente y descerebrado) para llevar a cabo un ejercicio tan arriesgado. En este caso, sin embargo, cabe la posibilidad de salvarse, lo que ya es un avance, a pesar de que sigo pensando que lo mejor, para ir a la habitación de al lado, es llamar a la puerta.

Pero también los hay que se tiran por el balcón. Eso sí, no con la voluntad suicida que yo me imaginaba, sino con la convicción de que, debajo, hay un colchón con forma de piscina. O sea: no se lanzan por lanzarse sino para volver a demostrar no sé qué virtudes, sobre todo la de la estulticia. Una vez vistas las imágenes, he entendido el propósito y también la extrema peligrosidad. Porque alguien lleve a cabo un acto como éste es preciso haber ingerido antes una determinada cantidad de alcohol o de sustancias psicotrópicas, pero el hecho es que, por lo menos, haya una piscina con una determinada profundidad que detiene el golpe con más o menos suavidad. El problema es que la trayectoria del salto no siempre coincide con la superficie líquida. Entonces, la contundencia del impacto con el suelo lleva al individuo que ha saltado a una muerte segura.

Saltar o esperar

E n Mallorca, este verano, se han producido ocho casos así. Lamentables y lastimosos, pero no sé si evitables. ¿Qué debe hacerse para procurar que no sucedan? ¿Suprimir los balcones? ¿Proteger las tendencias animales con una red? Una tragedia como ésta es fruto del descontrol pero también bebe de la fuente de aquellas películas imbéciles en las que los jóvenes se dedican a soltar su energía a través de prácticas tribales en las que siempre gana quién es más gamberro.

El otro día comparaba el campeonato del mundo de sauna con las reglas que rigen otras actividades mejor consideradas y más políticamente correctas, como el atletismo o la natación. Me equivoqué. Todo es bastante irracional, pero la diferencia entre la sauna y los otros deportes es que dentro de una habitación a 110 grados no hay voluntad de intervenir activamente, sino que se trata de esperar. Esperar y confiar en que el adversario presente la renuncia antes que tú. No me puedo quitar de la cabeza la imagen deVladimir Ladizhensky (el que se murió) y deTimo Kaukonen(malherido y ganador) sentados en un banco de madera con los brazos cruzados.Samuel Beckett habría hecho una corta obra maestra. ¿Se decían algo, estos hombres, en los seis minutos que duró la prueba? ¿Estaban en silencio, atentos a la desazón del oponente, a su sudor, a sus incipientes quemaduras? La pieza teatral duraría poco, pero ¡cuántas reflexiones cabrían al entorno de la espera y el aislamiento! El balcón y la sauna, dos metáforas de nuestros días con un final idéntico.