A pie de calle

Doble desigualdad

La discriminación laboral y de género tiene como consecuencias graves la pobreza y la exclusión social

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José María Vera

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En una sociedad fuertemente desigual, como es la española tras la crisis, estar del lado débil de la ecuación económica o social es muy duro. Y más aún si lo que se sufre no es solo una faceta de esa desigualdad extrema, sino varias, como les ocurre a las trabajadoras empobrecidas: a la precariedad del mercado laboral suman la desigualdad de género.  

Las cifras muestran un deterioro del mercado laboral. un deterioro del mercado laboral. Los empleos peor remunerados implican salarios bajos -asociados con frecuencia a largas jornadas-, temporalidad y parcialidad no deseada. Los salarios más altos se mantuvieron durante la crisis y han crecido después, pero los más bajos cayeron con fuerza sin que apenas se atisbe recuperación.

Las cadenas de subcontrataciones, subempleo y autoempleo forzado llevan a buen número de trabajadores a la incertidumbre absoluta. Si antes de la crisis tener empleo era prácticamente una garantía de salir de la pobreza, después ha surgido en España el fenómeno del "trabajador pobre" o, más frecuentemente, "trabajadora pobre".

Hay cifras muy preocupantes. La brecha de género exigiría a las mujeres trabajar una media de 52 días al año para obtener el mismo salario que los hombres. Hay empresas donde aún se paga menos a una mujer que a un hombre en el mismo puesto, y las mujeres ocupan el grueso de los empleos de peor calidad.

De hecho, el 65 % de las personas con empleos en el tercio de salario más bajo son mujeres. Y tienen doble probabilidad de tener un empleo a tiempo parcial indeseado.   

Las consecuencias en forma de pobreza y discriminación por género son evidentes. Especialmente en el ámbito de los cuidados, remunerados o no. La atención a la infancia, la ancianidad y la dependencia recae mayoritariamente sobre las mujeres. Es un sector, junto con la hostelería y la restauración, muy afectado por la precariedad. Y las mujeres ocupan casi el 90 % de los empleos en él. Además, estas tareas obstaculizan las oportunidades de carrera profesional de las mujeres. Su desarrollo se frustra por el trabajo no remunerado de cuidado de hijos o personas dependientes. La mitad de las mujeres que trabajan a tiempo parcial lo hacen por esta causa.  

Esta doble discriminación, laboral y de género, tiene como consecuencias graves la pobreza y la exclusión social. Si la mujer es migrante o cabeza de familia monomarental, tiene muchas más posibilidades de ser pobre.

Medidas positivas

El Gobierno está lanzando algunas medidas positivas para afrontar la precariedad laboral sangrante. Más inspección laboral, control de las subcontrataciones, incremento del salario mínimo y otras. Es imprescindible seguir en esta senda y aplicar una estricta mirada de género, incluyendo la igualación de permisos de paternidad y maternidad, la transparencia en escalas salariales y la lucha expresa contra la brecha salarial entre hombres y mujeres. Porque la pobreza laboral es femenina. En toda Europa y, especialmente, en España.

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