opinión

El discurso del miedo y el 21-D

Revertir la dinámica que ha hecho perder la confianza en la economía catalana depende, en gran parte, de lo que suceda en las elecciones

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Jordi Alberich

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Desde ámbitos soberanistas se pretende presentar el 21-D como un enfrentamiento entre la indignación y el miedo. Así, los ciudadanos a los que domine la indignación, por los hechos que arrancan el 1 de octubre, no se amedrentarán y optarán por partidos independentistas. Por contra, aquellos a los que venza el miedo, se refugiarán en los constitucionalistas. Entiendo que puedan calificar de indignación el sentimiento de personas del primer supuesto, pero no como de miedo el de aquellas que consideran que el riesgo social, político y económico es enorme.

Socialmente, la división en Catalunya es profunda y puede ir a mayores. Curiosamente, a medida que unos se ufanaban proclamando que somos 'un sol poble', ese mismo 'poble' iba dividiéndose más y más. Y esta fractura viene de lejos, aunque sólo hasta fechas recientes, con las manifestaciones no independentistas de octubre, se ha manifestado con toda claridad. Con anterioridad, quienes no se situaban en la corriente soberanista tendían a refugiarse en el silencio.

Desde la política, la división en dos bloques, hoy por hoy irreconciliables, puede impedir la mínima gobernabilidad y estabilidad que exigen las actuales, y alarmantes, circunstancias. Además, el creciente desencuentro con Europa conlleva un deterioro enorme de nuestra imagen exterior, y desgarra una personalidad europeísta que, de siempre, compartíamos la práctica totalidad de catalanes.

Recuperar la cofianza

Finalmente, el cambio de sede de 3.000 empresas, de las mayores de nuestra economía, constituye el mejor exponente de un desastre que puede manifestarse con mayor crudeza en los próximos meses. Los indicadores aún no recogen las consecuencias del hecho más relevante que subyace tras esa fuga: la pérdida de confianza en Catalunya por parte del mundo económico internacional, español y, también, catalán. No es de extrañar que tantos analistas y medios de comunicación globales vean muy complicado el recuperar esa confianza dilapidada.

Revertir la dinámica depende, en gran parte, de lo que suceda el 21-D y, aún más, de la actitud de unos y otros partidos tras las elecciones. Por ello, estos días tenemos que exigirles que expongan con claridad sus propuestas para, caso de gobernar, retornar a la normalidad. Y, también, conviene dejar de escuchar a aquellos que no supieron prever el desastre económico ni el contundente rechazo de Europa a su proyecto.

Y, además, negaron una fractura social evidente, incapaces de leer el silencio de la mitad del país cuando, precisamente, la obligación de políticos e intelectuales es interpretar los silencios. Pese a ello, los hay que siguen calificando como discurso del miedo lo que es, sencillamente, un reconocimiento objetivo de la realidad. El daño que han hecho a esa Catalunya, que dicen defender, y al propio independentismo es enorme.