Los jueves, economía

A Dios rogando y con el mazo dando

A un Gobierno no se le puede pedir que renuncie a su proyecto por la economía, pero sí que sea prudente

ANTÓN COSTAS

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Aunque en su mayor parte las empresas españolas han vuelto a tener beneficios y la actividad económica sectorial va saliendo del marasmo, los efectos de la crisis permanecen. Tanto sus efectos sociales -desempleo, falta de ingresos de las familias- como los económicos -falta de inversión y de expectativas empresariales-.

En buena medida estamos ante una recuperación económica sin inversión empresarial. Esto es un hándicap tremendo para el empleo y el bienestar. En su conjunto, las empresas no financieras españolas -es decir, las de la economía real- tienen liquidez. Además, los bancos están de nuevo en disposición de dar crédito. Y están surgiendo otras fuentes de capital. Pero esa liquidez, crédito y capital, no va a nuevas inversiones.

¿A qué se debe este retraimiento de las inversiones empresariales? Existen dos factores que llevan a las empresas a pensárselo antes de hacer nuevas inversiones. Uno es la insuficiente demanda existente para sus productos, tanto en sus mercados tradicionales como en los nuevos. Si no venden, no invierten ni emplean a más trabajadores. El otro factor es la incertidumbre sobre la evolución política y social del propio país.

Sobre el primer factor poco se puede hacer desde nuestro país, aunque convendría buscar nuevas opciones. Necesitamos políticas expansivas por el lado de la demanda que tiren del consumo de los productos de nuestras empresas en los mercados donde venden. El ámbito natural de esas políticas es el europeo, porque constituye nuestro principal mercado. Este tipo de políticas expansivas son ahora aún más necesarias en la medida que los nuevos mercados de los países emergentes se han debilitado y lo seguirán haciendo en los próximos años.

El problema con la Unión Europea es, sin embargo, que los responsables de la política económica están obsesionados con el mito de las reformas estructurales. Olvidan que cuando un enfermo está débil y desangrándose, la mejor reforma es la transfusión de sangre y las vitaminas.

El Banco Central Europeo lo ha entendido. Bajo la presidencia del italiano Mario Draghi ha comenzado a implementar una política monetaria expansiva mediante transfusiones de crédito a la economía europea por valor de 65.000 millones de euros al mes, al menos hasta mediados del año próximo. Pero, por el lado de la política fiscal y del gasto, la UE sigue siendo una jaula de sadomasoquistas obsesionados con el mito de las reformas estructurales, cuando lo más urgente es inyectar demanda. Y así nos va en Europa.

Veamos ahora el efecto del segundo factor que influye en el retraimiento inversor de las empresas y en la creación de nuevo empleo. A diferencia del anterior, reducir la incertidumbre política y social sí depende exclusivamente de nosotros. De forma particular, de los gobiernos. La estabilidad política y la buena gobernanza institucional son buenas para la economía.

¿En qué medida la incertidumbre política puede estar afectando al comportamiento inversor en nuestra economía? Algunos estudios dicen que hasta ahora el retraimiento inversor en nuestro país tenía más que ver con el factor de demanda europea que mencioné antes que con el factor de incertidumbre política. Al contrario de lo que ocurría en otros países europeos del sur, como el caso de Italia o Grecia. Sin embargo, los efectos económicos del factor incertidumbre asociado al proceso político catalán no son descartables. Algunas señales comenzamos a tener en el terreno financiero. Según sea la estabilidad política y la labor de gobierno en los próximos cuatro años, sus efectos económicos pueden ser importantes en términos de una nueva recesión. En este terreno comparto punto por punto el análisis que en este mismo espacio hacía el profesor Josep Oliver el jueves 24 de septiembre (Más allá del 27-S: ¿vuelta al pasado?).

Hablar de las consecuencias económicas probables de la falta de estabilidad y de la incertidumbre política no debe confundirse con el llamado discurso del miedo. Es el discurso de la sensatez y la prudencia. Prudencia que, por cierto, a decir del gran economista y filósofo liberal escocés del siglo XVIII Adam Smith -autor de La riqueza de las naciones-, es la virtud más importante para los gobernantes.

¿Se le puede pedir a un Gobierno que renuncie a su proyecto ideológico para no perjudicar la economía? Pienso que no. Pero sí se le puede pedir que sea prudente y sepa conducir ese proceso dentro de las reglas de la democracia y del Estado de derecho y mirando sus consecuencias económicas. Vamos, que actúe conforme recomienda el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando.