Al contrataque
Dios, Krzysztof y Eduard se aman
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
SÍLVIA CÓPPULO
Veo a un sacerdote, vestido con alzacuellos, que camina cogido de la mano de otro señor mientras le da collejas cariñosas; vamos, como cualquier pareja enamorada. Tú, Krzysztof, te has atrevido a presentarte así al mundo, a sabiendas de que tu gesto te expulsaría de inmediato de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que antes llamábamos el Tribunal de la Inquisición. Dices que ya de pequeño, cuando ibas al cole, te diste cuenta de tus inclinaciones homosexuales y rezaste a Dios para que sacara de ti esa «cosa fea» que tenías dentro. Un día, tu interior se resquebrajó y no pudiste más con la pesadilla de negar tu homosexualidad. Tras años de estudio, plegaria y reflexión aseguras que es Dios quien te ha empujado a saber quién eres, a aceptarte y a ser honesto. Dios y Eduard -tu pareja- te han ayudado a transformar tus miedos en un amor que todo lo puede. Pero, por añadidura, vas y sueltas lo de que eres gay urbi et orbi la víspera del inicio del Sínodo de la Familia.
Homosexuales «consolidados»
«¿Quién soy yo para juzgar a un homosexual?», había dicho el papa Francisco hace un par de años a los periodistas. Defiendes que el cristianismo es la religión del amor. Que la Biblia no habla de homosexualidad y que los sodomitas no tienen nada que ver con dos gais que se aman. «Si no puedo ser honesto, no puedo ser sacerdote», añades señalando tu íntima contradicción. Estabas preparado para las consecuencias, hicisteis las maletas y ya habéis llegado a Barcelona. La tormenta perfecta.
El Vaticano dejó claro en el 2008 que las puertas del sacerdocio tienen que permanecer cerradas a los que tengan «una identidad sexual incierta» -no es tu caso- o «tendencias homosexuales fuertemente consolidadas» -que sí lo es-. Pues claro que has incumplido tu promesa. De castidad, nada de nada. Además, no se trata de una mujer, sino que tu pareja es un hombre, y en el Vaticano eso cae mucho peor. El Sínodo de la Familia hablará de «acompañar» a las personas homosexuales. La misma expresión servirá para los divorciados que han vuelto a casarse y quieren recibir la comunión. Algunos dicen que tu gesto servirá para que el papa Francisco disponga de más espacio y libertad ante la curia. No lo sé, ojalá. Pero sí sé que llegará un momento en el que la jerarquía de la Iglesia católica tendrá que ser mucho más humana si de verdad quiere ser cristiana.
Un prelado polaco -o sea, tú- defendía el derecho a decidir del pueblo catalán y nos sorprendías al oírte. Ahora sabemos que se trataba de la influencia directa de Eduard y de tu propia valentía. Gracias doblemente por defender a Catalunya y a las personas. Todos tenemos derecho al amor -dices-, y cuando te escucho pienso que, si se es cristiano, además se trata de un deber.
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