El dilema de la gestación subrogada

MARTA ROQUETA

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Creo que soy partidaria de la regulación de la gestación subrogada, pero no termino de encontrar argumentos sólidos para justificarla. En el fondo, lo que me inquieta no es si acabamos legalizándola. Lo que me preocupa es que tomemos la decisión sin haber valorado todo lo que implica.

En primer lugar, tenemos que decidir si la gestante recibirá dinero o lo será de forma desinteresada. En nuestro país, los órganos se donan de forma altruista, igual que la sangre o la leche materna. Los óvulos y el esperma, no. En el caso de la gestación subrogada, hay países en los que está permitida con fines económicos –algunos estados de los EUA, Rusia– y otros en los que sólo se puede realizar de forma altruista –Reino Unido, Australia.

Si determinamos que la gestante ‘merece’ una compensación económica, deberíamos establecer sus consecuencias. ¿Una mujer puede trabajar como gestante? ¿O es un complemento a su sueldo? ¿Debe cotizar en la Seguridad Social? Si la mujer trabaja en otro sitio, ¿la empresa debe pagar la baja maternal? ¿Quién paga la baja de maternidad de una mujer que gesta sin compensación económica?

El otro punto a considerar es quién puede ser gestante. Las agencias de maternidad subrogada de los Estados Unidos escogen mujeres que tienen hijos propios. ¿Es por los riesgos de salud que implica tener un bebé por primera vez? ¿O es porque las no madres tendrían tentaciones de quedarse con los niños, como si de repente las hormonas les hicieran olvidar por qué los gestan? ¿Hasta que punto las ideas preconcebidas y los mitos sobre la maternidad pueden influir en la selección?

Considero que es básico plantear qué tipo de asistencia sanitaria ofrecemos a las gestantes. En un reportaje que ‘30 minuts’ dedicó a la gestación subrogada en los EUA, una de ellas dio a luz por cesárea, un método que la doctora sugirió para que los padres pudieran volver pronto a casa. ¿Cuántos trabajos conocemos con el riesgo nada menospreciable de intervención quirúrgica? ¿Tenemos derecho a someter a alguien a una operación por la comodidad del cliente?

También me impactó que algunas fuentes del reportaje valoraran si el acto de gestar de forma subrogada era o no reprochable en función de si se aceptaba dinero por hacerlo. En cambio, no ponían en duda la moralidad de las personas que deciden pagar dinero para que otra se quede embarazada.

Así pues, no estaría mal definir qué tipo de transacción económica realizamos cuando hablamos de gestación subrogada. ¿Pagamos a una mujer para que nos geste un hijo? ¿Compramos un bebé? ¿O compramos los ingredientes y pagamos a alguien para que los cocine? También me gustaría saber qué ofrezco cuando me convierto en una gestante. ¿Alquilo mi útero? ¿Vendo mi capacidad reproductiva?

Puede parecer que estoy exagerando, pero para gestar un hijo que no podemos tener necesitamos el trabajo, el tiempo y el cuerpo de una mujer. Las veinticuatro horas del día durante nueve meses. Los trabajos que tradicionalmente han sido realizados por mujeres –ocuparse de la casa, cuidar a gente mayor o mantener relaciones sexuales por dinero– se han movido a menudo en unos limbos legales, económicos y morales que han terminado por poner las necesidades del receptor del servicio por encima de los derechos de la mujer que los ofrece. En muchos casos, porque hemos dado por sentado que la biología les facilitaba hacer esa labor. En otros, porque los hemos revestido de misticismo, como la maternidad, o los hemos elevado a actos generosos y abnegados.

Sea porque recibe una compensación económica o sea porque lo hace de forma altruista, una mujer gestante debe recibir, como mínimo, el mismo trato y consideración que se da a las personas que trabajan o realizan actos altruistas o de voluntariado. Y eso pasa por ponerlas en el centro del debate, aunque ello limite los derechos de las personas que optan por esta técnica reproductiva. Si no, mucho me temo que la gestación subrogada se convertirá en un caso más en el que las mujeres somos espectadoras y no protagonistas. A pesar de que las consecuencias de la acción afectan nuestra salud psicológica, física y reproductiva.