La rueda

No digan que no se lo avisaron

Rajoy y Mas han ido tan lejos que el problema es cómo pactan sin ser acusados de alta traición

ANTÓN LOSADA

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En el mundo feliz de las raíces vigorosas de la Moncloa, la crisis económica opera como el motor principal que mueve el lío catalán. La pobreza, la incertidumbre laboral y el sufrimiento social arrojan a miles de catalanes en brazos de una independencia que les promete trabajo, bienestar y un chalet en la costa.

En el Palau de la Generalitat creen algo parecido aunque sin tanta fe. El desastre económico amplifica una demanda social que existe y es real. El independentismo venía como una ola que debían coger si querían navegarla después, cuando comenzase a apaciguarse la marejada y llegase la hora de elegir sitio en la playa para ponerse al sol. Si no lo hacía CiU, lo haría Esquerra. Aquí no se despacha solo un conflicto sobre Catalunya y el modelo de Estado. Se está dirimiendo quién va a liderar el espacio nacionalista catalán, quién administrará la mayoría en la próxima generación.

PP y CiU coincidían plenamente en una estrategia. Esto se arreglaba con unas elecciones donde la chusca españolisimidad de los populares vapulearía al tibio federalismo socialista y el espíritu comercial convergente domaría la insurgencia republicana. El irrefrenable espíritu emprendedor de la familia Pujol ha derrumbado parte del decorado. Aquí y allí, Catalunya no era exactamente como nos la habían contado.

El resultado de unas elecciones anticipadas parece hoy incierto, un riesgo que pocos quieren asumir. Seguramente Mariano Rajoy Artur Mas saben cuánto necesitan un acuerdo y hasta lo habrán hablado. Pero ambos han ido tan lejos en su discurso y su táctica que ahora el drama es cómo contárselo a los suyos sin resultar acusados de alta traición. Mientras, la gente sigue avisando en la calle de que esos no son sus problemas y el tiempo se acaba.