A pie de calle

La difícil práctica de la solidaridad

La realidad cotidiana no muestra el mismo respeto a los emigrantes que están entre nosotros que a los refugiados

Una manifestante a favor de la acogida de refugiados, el 18 de febrero, en Barcelona.

Una manifestante a favor de la acogida de refugiados, el 18 de febrero, en Barcelona. / periodico

TERESA CRESPO

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La movilización ciudadana a favor de la acogida de refugiados impulsada por Casa Nostra Casa Vostra choca de bruces con la inacción de las instituciones europeas y de los poderes públicos españoles en particular. Con el lema 'Prou excuses, acollim ara', el manifiesto cuenta con más de 121.000 firmas de adhesión, mientras los permisos de asilo se conceden con cuentagotas. Por otra parte, el último informe de SOS Racisme concluye que el 59% de los casos de discriminación que sufren las personas de origen extranjero se producen en ámbitos de la vida cotidiana: entre particulares (el 16%), para acceder a determinados servicios privados (el 15%), para disfrutar de los derechos sociales (el 14%) o bien en las relaciones en el mundo laboral (el 14%).

Así que nos  encontramos con una ciudadanía sensible frente a una clase política incapaz de reaccionar pero, al mismo tiempo, debemos ser conscientes de la dificultad de ser coherentes con lo que manifestamos. Pese a la defensa de los derechos de los refugiados, la realidad cotidiana no muestra el mismo entusiasmo y respeto hacia los emigrantes que ya están entre nosotros. 

Y me pregunto si, en caso de que esos refugiados lleguen a nuestros barrios, a nuestras escuelas, a nuestros lugares de trabajo, continuaremos afirmando que no hay excusas, ¿o quizá entonces pediremos que los instalen lejos de nuestro entorno, que no afecten a nuestros hábitos, derechos, servicios y prestaciones? ¿No desearemos, en definitiva, que no modifiquen nuestro mundo, propio de una cultura occidental, y ese Estado del bienestar que tanto nos ha costado conseguir?

DISCRIMINACIÓN

Una cosa es clamar por la igualdad y la solidaridad, y otra muy distinta es practicarla. Desde las dificultades para alquilar un piso por llevar pañuelo en la cabeza hasta las quejas por el aumento de las listas de espera, pasando por los comentarios de que «nos quitan el trabajo», las identificaciones sistemáticas por parte de la policía o los cambios de escuela cuando en un centro se matricula un gran número de niños de otras razas y culturas, los ejemplos de discriminación en nuestro entorno resultan numerosos. La estigmatización está en todos los ámbitos de convivencia por el mero hecho de tener un color de piel diferente, vestir de una forma específica o hablar otro idioma.

Las autoridades europeas no han sido capaces de cumplir lo que acordaron respecto a los refugiados –el Estado español ha acogido a poco más de mil de los 17.337 previstos—, pero la corresponsabilidad y la generosidad de la población debe ir más allá de un concierto, una manifestación o una firma.

La historia de nuestro país es una mezcla de diferentes corrientes migratorias gracias a las cuales hemos crecido económica, social y culturalmente. Con el trabajo de quienes han venido hemos creado riqueza y hemos construido una sociedad avanzada que se fundamenta en la defensa de los derechos humanos para toda la población.

SENTIRNOS HERMANOS

Cuando gritemos que queremos acoger, pensemos que nuestra acogida pasa por sentirnos hermanos de quienes llegan a nuestra casa, que puede ser la suya. Quizá tendremos que compartir cosas que hasta hoy nos estaban reservadas en exclusiva a los autóctonos, pero no olvidemos que sus derechos son iguales a los nuestros, y que mañana pueden convertirse en nuestros mandatarios, directivos o familiares.

Mientras no aceptemos esa plena integración, su presencia se sumará a la de los simpapeles, los manteros, los chatarreros… o los que ocupan nuestro lugar en las listas de espera y vemos como diferentes en nuestras calles. Seamos conscientes de que la solidaridad es aceptar positivamente estos cambios.