dos miradas

La dieta de la piña

EMMA RIVEROLA

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Durante los últimos días, la tradición nos ha anclado a una mesa y, como el pavo, hemos sufrido un exceso de relleno. Comilonas, sobremesas interminables, compras, charlas, alegría, estrés, pereza, nostalgia... También frustración. Excedentes de sentimientos y de gasto embutidos en un interior cada vez más ajeno a lo colectivo.

Julian Assange también quiso unirse a esta fiesta de la abundancia y, en vísperas de Nochebuena, envió su particular felicitación mundial: el anuncio de la próxima publicación de 3.700 documentos sobre Israel. Naturalmente, cables secretos marca Wikileaks. Y, al momento, brotó un suspiro de agobio. ¿Cuánta información seremos capaces de asimilar sin saturarnos? Y, en cualquier caso, ¿sirve para algo?

En La Brújula, el blog de internacional de este diario, Beatriz Mesa se pregunta quién se acuerda del Sáhara. Realmente, ¿de qué nos acordamos? Planeamos sobre las noticias y nuestra capacidad de impacto cada vez es más leve, más transitoria. En este magma de opulencia informativa, las conciencias se adormecen como los cuerpos después de las comilonas. Ingentes excesos que nos convierten en obedientes corderos permanentemente aletargados.

Durante estos días, las revistas se pueblan de consejos prácticos para desintoxicar estómagos. Necesitamos con urgencia una dieta de la piña para aclarar cerebros.