Mi hermosa lavandería

Días oscuros

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ISABEL COIXET

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Me he quemado la yema del dedo. Se me ocurrió tocar una placa de una cocina que no conocía y ahora tengo una ampolla que ocupa todo mi dedo corazón. La observo con fascinación. Siempre es sorprendente ver cómo el cuerpo tiene sus maneras automáticas de reaccionar, al margen de nuestra voluntad para curar las heridas. Te caes y te rompes un hueso y, al cabo del tiempo, con suerte, el hueso se regenera y vuelves a caminar como si tal cosa. Te quemas y te duele y la piel se hincha y se forma una ampolla que protege la carne quemada. En unos días, no quedará rastro de la quemadura. 

Hay más cosas que escapan a nuestra voluntad, montones de ellas. Escuchas con toda la atención de que eres capaz los discursos de los políticos electos y un sudor frío te recorre la espalda: que nuestro futuro esté en manos de gente con la que nos costaría Dios y ayuda tomar un café en un bar es francamente desalentador. Observas el derrumbamiento de la Europa que conociste y te preguntas si esto es un fin de época, un fin de milenio o el preámbulo de algo aún peor. 

No es que en otras partes del mundo las cosas sean apoteósicas. Un tipo, nacido en Nueva York, mata a cincuenta personas en una discoteca en Florida. En nombre de Isis o el Daesh o el Estado Islámico o como quieran llamarle, con el que no le une ningún vínculo. Las consecuencias son vidas truncadas, familias destrozadas, los de Daesh frotándose las manos, Trump más contento que unas pascuas. Y la peor de todas: aumenta de una manera escalofriante el número de personas que se compran un rifle automático igualito que el del asesino de la discoteca, mientras una vez más se tumba en el Senado norteamericano cualquier iniciativa para controlar la venta de armas. Y, a nivel planetario, basta echar una mirada superficial a cualquier estadística sobre el estado de la capa de ozono para que nuestro futuro y el de nuestros hijos se nos antoje cuando menos incierto.

La ampolla del dedo me duele a rabiar. Se ha hinchado y está a punto de estallar. La miro como si no me perteneciera. Me recuerda que, aunque ahora todo parezca un desastre, hay un después que será mejor. Basta con tener paciencia. Y evitar acercarse a cocinas que no conoces.