La clave

¿Dialogar sobre qué?

Con voluntad sería posible el acuerdo, pero aquí nadie quiere seducir, solo humillar. Vuelve el duelo a garrotazos

ENRIC HERNÀNDEZ

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Carles Puigdemont ofrece «diálogo» al Estado y anuncia que el Parlament solo declarará la independencia si el Gobierno suspende la autonomía, vía artículo 155 de la Constitución. Mariano Rajoy propone «diálogo» sobre la Constitución, siempre que el president confirme lo obvio: que el Parlament no ha proclamado la república y que la Constitución aún rige en Catalunya. Si ambos se tienden la mano, ¿qué podría salir mal? Pues todo, absolutamente todo.

Son estas líneas una confesión de impotencia. En la primera Diada masiva del independentismo, la del 2012, este diario ilustró su portada con los colores de la estelada y rescató la súplica regeneracionista del poeta Joan MaragallEscolta, Espanya. No todo el mundo quiso entender aquella apelación a la transigencia y a combatir la desafección catalana; era más fácil interpretarla como una concesión a un efluvio independentista que, privado de fundamento, sin duda sería pasajero. Ya han pasado cinco años.

Entre un exasperante inmovilismo y un escapismo pueril

Desde entonces, ante el exasperante inmovilismo de unos y el escapismo pueril de los otros, nos hemos cansado de repetirlo: ni las amenazas desaparecen porque cerremos los ojos, ni basta con desearlo muy fuerte muy fuerte para que se derrumben las murallas a nuestro paso. En un gobernante, tan censurable es no afrontar los problemas como alimentarlos en beneficio propio.

Por mucho que en portadas y editoriales hayamos conjugado el verbo dialogar, aquí nadie lo ha hecho. No se ha hablado, al menos, con espíritu constructivo; solo para evidenciar que el otro no quería acordar nada, sino imponer sus tesis. Así nos ha ido hasta la fecha.

Y ahora que todo el mal ya está hecho, rotas las lealtades institucionales, fracturada la sociedad catalana y camino de la ruina la economía, Puigdemont Rajoy se prodigan ofertas de entendimiento mientras el primero deroga la Constitución en Catalunya y el otro, en advertida correspondencia, se dispone a suspender el autogobierno. Dialogar sí, pero... ¿sobre qué?

Al garete cuatro décadas de progreso y convivencia

He aquí el gran engaño. Pretende el independentismo, tras celebrar dos simulacros ilegales de referéndum y perder unas elecciones plebiscitarias, menospreciar a la mitad de los catalanes, desafiar al Constitucional y violentar el Estado de derecho, que España identifique a Catalunya como un sujeto político soberano y le conceda el derecho a la autodeterminación. El diálogo que postula Puigdemont no es, como afirma, «sin condiciones», sino para negociar bajo qué condiciones podrán los catalanes proclamar su independencia.

Tampoco es que Rajoy ofrezca muchas salidas al soberanismo: proponed que la Constitución reconozca a Catalunya el derecho a escindirse de España, pero si somos más en el Congreso los que nos oponemos –que lo somos–, asunto zanjado.

Con voluntad, sería posible hallar una síntesis razonablemente insatisfactoria para ambas partes, pero ya hace demasiado que esto no va de seducir, sino de humillar: Goya y su Duelo a garrotazos. Y entre sublevaciones y represiones habremos mandado al garete cuatro décadas de progreso y convivencia.