El desafío independentista

Dialogar no es negociar

Los contactos Govern-Gobierno quedan lejos de la negociación y es legítimo dudar de su intencionalidad

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JORDI MERCADER

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El Govern de la Generalitat entiende el diálogo como la fórmula para convocar un referéndum sin desobediencia y el Gobierno de España lo interpreta como la manera de impedir su celebración sin tener que inhabilitar a nadie. Así las cosas, PP y Junts pel Sí podrían estar hablando durante mil años sin ningún resultado, limitándose a dialogar sobre las bondades del diálogo.

El diálogo está sobrevalorado porque se confunde con la negociación. Negociar implica un proceso de cesión mutua para llegar a un pacto, el reconocimiento de la legitimidad de las partes para acordar sobre lo que se discute, y sobre todo saber qué se debate y cuál es el marco de la negociación. El independentismo y el Gobierno del Estado viven en mundos diferentes, cada uno enrocado en sus respectivos mandatos democráticos, unos para proclamar la obediencia a la ley vigente y otros para negar el cumplimiento de las leyes contrarias a sus intereses. Unos en Marte y otros en Saturno.

UNA INVITACIÓN AL FRACASO

La negociación difícilmente prosperará sobre el planteamiento de referéndum sí o no, o entre la opción del inmovilismo autonómico y la secesión. Presentar la cuestión así, entre los dos radicalismos, sería una invitación al fracaso. Dando por supuesto el interés de los defensores de los dos extremos por llegar a alguna parte, tal vez deberían plantearse empezar a hablar, para después negociar seriamente, sobre una pregunta sencilla: ¿cuál es la mejor fórmula para dar satisfacción a las aspiraciones de los catalanes? El interrogante implica aceptar el ámbito de la reforma constitucional como escenario político, con las limitaciones imaginables debidas a la correlación de fuerzas políticas existentes en el conjunto de España y al empate técnico registrado en Catalunya sobre el futuro del país. Corriendo el riesgo de que los votantes catalanes nieguen su apoyo a la fórmula propuesta; entonces, el mensaje sería incontestable.

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El diálogo de estas semanas queda lejos de la negociación y es legítimo dudar de su intencionalidad, aunque todos celebran la predisposición a hablar por miedo a ser señalados como intransigentes. Por si acaso, confunden el diálogo con el simple respeto a las competencias de cada Administración o el cumplimiento de los compromisos adquiridos en virtud de estas. La convocatoria de comisiones de consellers y de conferencias de presidentes y la asistencia a las mismas son una obligación propia de la lealtad institucional, son parte del trabajo de los gobernantes, no deberían servir para proclamar o negar la existencia de una voluntad de diálogo sobre la cuestión nacional.

SIN MARCO EN LA ACTUAL DIALÉCTICA

Hay que hacerse a la idea de una eventualidad que nos anuncia el desastre. En un Estado de derecho ensimismado en la unidad indisoluble no es razonable pensar que la independencia se conseguirá negociando ni mucho menos dialogando; seguramente tampoco nadie puede esperar que se evitará hablando. En la actual dialéctica nos vamos porque queremos / os quedáis porque lo dice la Constitución no hay marco de negociación.