El día siguiente de la Via Catalana

ENRIC MARÍN

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La cadena humana de ayer  ya era un éxito semanas antes de su celebración. Un éxito de organización y de participación programada. Pero, como era previsible, la capacidad de convocatoria ha acabado superando las expectativas de los propios organizadores. El panorama del día siguiente deja perfectamente claras unas cuantas cuestiones que marcarán fuertemente la política de los próximos meses.

En primer lugar, cualquier observador que conozca mínimamente la realidad catalana ya sabe que el pronunciamiento democrático de la sociedad catalana sobre su definición en cuanto sujeto político es inevitable. La marea ya ha desbordado los diques de contención. Es solamente cuestión de tiempo.

En segundo lugar, tal y como ha vuelto a reiterar el ministro Margallo, el Gobierno español no quiere ni puede pactar la celebración de un referendo. Pero el problema de España es más profundo. El juego de equilibrios y de intereses consolidados en los últimos 30 años no permite hacer una propuesta suficientemente atractiva a la sociedad catalana. Ni en términos de financiación, ni en términos de reconocimiento político, cultural y simbólico. En este contexto, las amenazas no son muestra de fuerza, sino de debilidad argumental y política. Y tienen un efecto bumerán.

En tercer lugar, la fuerza de los movimientos sociales en Catalunya es tan amplia, dinámica y profunda que el sistema de partidos solo expresa con dificultad y parcialmente esta compleja realidad política. Los partidos que no sepan conectar con la corriente central del nuevo catalanismo político se verán relegados a la periferia del sistema de representación democrática.

Y, finalmente, en el 2014 Europa ya no podrá simular que mira hacia otro lado. La primera cita serán las elecciones al Parlamento Europeo de la primavera. Pero el otoño presentará el contraste entre el tratamiento británico de Escocia y el tratamiento español de Catalunya.