CRÓNICA DESDE shanghái

La desvaída grandeza del barrio francés

Una casa del barrio francés.

Una casa del barrio francés.

ADRIÁN FONCILLAS

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La cuadrícula y los plátanos flanqueando las calzadas dan al barrio francés un irresistible aroma barcelonés. Sus generosas aceras y la altura razonable de sus edificios lo convierten en uno de los pocos espacios de Shanghái de agradable paseo. En la concesión francesa resiste el grueso de viviendas de los variados estilos arquitectónicos que dejó la larga ocupación colonial.

Aquellas casas, magníficas y señoriales en su día, presentan hoy signos de dejadez, algunas de ruina. De sus elegantes pórticos cuelga a menudo la colada y sus paredes están resquebrajadas. Son parte del languideciente patrimonio cultural shanghainés. A su desaparición contribuye la consabida mezcla china de codicia, corrupción y desprecio histórico. Y también una confusión de derechos que las emparenta con los siheyuan, las casas típicas de los hutong (barrios viejos de Pekín).

Aquellas casas unifamiliares fueron cuarteadas cuando Mao llegó al poder en 1949, los legítimos propietarios fueron arrinconados a una estancia y el resto se ocupó con nuevas familias. En la década siguiente, el 85% de la población vivía con una media menor de 2 m2 por persona. Muchos de esos ocupantes aguantan hoy, esgrimiendo un derecho de uso en la práctica casi inatacable frente al derecho de propiedad.

Y así, los arrendatarios porque no son suyas y los propietarios porque las habitan otros a los que no pueden echar, las viviendas acumulan décadas sin mejoras ni reparaciones. Su estado calamitoso invita a la piqueta, que alisará el terreno para nuevas construcciones más al gusto del Shanghái actual, de alturas arrogantes y mucho metal y cristal. Sobre la madeja de derechos escribió un interesante estudio la estadounidense Amy Sommers, que desechó la compra de una vivienda art-déco por desconocer a quién dirigirse.

Algunos de los viejos inquilinos se han ido ya a cambio de un piso en propiedad en las afueras. Una propietaria se lamenta: «Durante décadas disfrutaron gratis de nuestra vivienda, sin pagar un yuan. Y cuando se fueron, el Gobierno les compró una casa. A nosotros nos quedó una vivienda destartalada que necesita costosas reparaciones, sin ayudas oficiales».

Aquellas clases desfavorecidas que llegaron en aluvión por orden de Mao no han medrado. Pero muchos aguantan, quizá esperando compensaciones más elevadas. Otros, por el estatus social que otorga vivir en el centro de Shanghái en tiempos de burbuja inmobiliaria, cuando las clases más acomodadas sufren para comprarse una casa en los suburbios.

La concesión francesa concentra buena parte de los restaurantes, bares, tiendas de ropa y galerías de arte más elitistas de Shanghái. Por el alquiler de esas casas coloniales cuarteadas y ruinosas, de comodidades y metros escasos, paga hoy fortunas la abundante colonia de extranjeros, en la mayoría de los casos profesionales liberales o empleados en multinacionales. Viven pared con pared con lugareños que cocinan el arroz en el pasillo, tienden la colada en el patio interior o en el pórtico y pasean en pijama. Y que no pagan un solo yuan.