Destino de divergencia

Antes de comenzar la reunión, Mas y Rajoy sabían que no se podían mover sustancialmente de sus posiciones iniciales. Los dos tienen una hoja de ruta determinada por los movimientos anteriores. Mas no puede renunciar a la consulta. Su credibilidad está asociada al compromiso de hacer efectivo el derecho a decidir de los catalanes. Y tras el harakiri político y simbólico de Jordi Pujol aún son más irrenunciables los valores de la integridad y la coherencia.

A su vez, Rajoy no tiene posibilidad de deshacer de forma sustancial el camino recorrido desde que el PP promovió con entusiasmo digno de mejor causa la campaña contra el Estatut. En lo que se refiere a Catalunya, el PP lleva más de diez años aplicando la política de la FAES. Y Rajoy cree que todo lo que puede hacer es confiar en que el tiempo juegue a su favor ablandando un problema que ahora ya sabe que tiene una dimensión enorme. Por razones distintas, ambos están ligados a un destino de divergencia. El punto de encuentro era y es imposible.

Pero ni a Mas ni a Rajoy interesaba aparecer ante la opinión pública doméstica e internacional como políticos cerrados al diálogo. Y en este sentido, lo tenía más fácil Mas. El president puede dialogar de todo con tal de no renunciar a la consulta pactada por una amplia mayoría parlamentaria. Pero el presidente español no puede ofrecer imagen real de diálogo mientras no ofrezca una alternativa creíble en la línea del posibilismo catalanista más conservador y el PSC. O de la patronal catalana. Las cartas están marcadas. Rajoy no sabe o no puede hacer este tipo de movimientos. Paradójicamente, mientras dure esta legislatura la mayoría absoluta lo hace más prisionero de su circunstancia.