Efectos de los atentados yihadistas en París

Después de Charlie Hebdo...

Cuando una legión de internautas aboca su islamofobia a la red muchos musulmanes se sienten señalados

PERE VILANOVA

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Han pasado días desde los brutales atentados de París y se va desarrollando un debate social de complejidad creciente, que debería interesarnos porque nos concierne directamente a todos. Esta complejidad, además, se ha multiplicado por su globalización vía redes y ello nos obliga a reflexionar sobre las respuestas a un reto tan grande. En otras palabras, debemos cuidarnos de aquellos que ante esto se desahogan con una solución que cabe en una sola frase. Y no solo si viene de un político de extrema derecha. Hay mucha gente de a pie que siente preocupación o miedo y quizá sin saberlo se apunta más a exorcismos que a argumentos.

Conviene centrarse primero en nuestra sociedad y en las de nuestro entorno institucional y político. Comparado con épocas anteriores, esta vez y a pesar de la diversidad de opiniones, parece haber un consenso sobre la necesidad de políticas de seguridad, policiales y judiciales más eficaces, que mejoren la anticipación, la prevención, pero también la reacción posterior al crimen. Es decir, la persecución y castigo de los culpables, dentro del marco del Estado de derecho. Hemos visto en Francia muchas voces previniendo contra la tentación americana, la de las inaceptables Patriot Act y Guantánamo, de modo que esa tentación parece de momento sujeta a una fuerte reserva social y política muy mayoritaria. Pero ha crecido otro debate, estrictamente social, de opinión, y en Francia está afectando a su población sociológicamente musulmana. Digo bien sociológicamente para alejarnos de la ecuación cinco millones y medio de musulmanes en Francia = la comunidad musulmana. Olivier Roy lo ha explicado de modo claro: en Francia hay una población musulmana (el 8% del total), pero no hay una comunidad musulmana. Su grado de práctica religiosa varía espectacularmente, su filiación política es tan amplia como el sistema de partidos del país (excepto el FN), no hay un partido de perfil confesional, sus preferencias culturales son múltiples, y sobre todo, no siguen un patrón de comportamiento cívico homogéneo.

Lo que sucede a continuación es un choque de simplificaciones, que no de civilizaciones, o mejor dicho, un choque de percepciones simplistas. Cuando algunos medios y comentaristas, pero sobre todo una legión de internautas impresentablesabocan su islamofobia a las redes crean opinión y muchísimos musulmanes que ni de lejos aprueban los crímenes del otro día, y que además consideran este yihadismo un auténtico crimen sin paliativos, se sienten señalados con el dedo. De un modo a veces difuso, a veces más crudamente. De ahí viene la corriente francesa de opinión del tipo Yo no soy Charlie, porque… acompañada de una compleja explicación de que condenan los crímenes pero no pueden aprobar el modo gratuito y frívolo como esta revista retrata al Profeta. Y no solo musulmanes adoptan el argumento, muchos franceses y europeos no musulmanes lo comparten. Con lo que llegamos a dos cuestiones de difícil encaje, al menos en las sociedades democráticas. Por un lado el criterio de oportunidad, de sensibilidad social, de respeto por el otro, que se resume así: a pesar de la invocación a la libertad de expresión, qué necesidad hay de faltar al respeto a mucha gente que, sin ser incluso creyente, se siente ofendida por las caricaturas del Profeta. Por el otro, el principio de legalidad que tiene que hilar muy fino, pues ha de ser capaz a la vez de defender los derechos fundamentales y entre ellos la libertad de expresión, incluyendo sus limitaciones por ley, solo aceptables por cuestiones estrictamente vinculadas al núcleo innegociable del Estado de derecho. Emitir opiniones, por polémicas que sean, es un tema de sensibilidad cívica individual y colectiva. Si hay ofensa, solo los tribunales lo han de resolver.

A partir de aquí, se puede matizar. Los conceptos de ofensa, injuria, difamación, han de poder ser invocados solo en los casos previstos por ley ante los tribunales, pero las religiones -cada una tiene sus iconos, sus dogmas y sus líneas rojas- son opinables, como cualquier cuerpo de ideas y convicciones colectivas. Y por tanto, eventualmente objeto de crítica y en su caso de broma. Con ironía o de pésimo gusto, esto es una cuestión de autoregulación social. Y la blasfemia fue abolida legalmente en Francia… en 1666 por Luis XIV. Pero la reacción espontánea y masiva encarnada en Je suis Charlie no me parece que agrupe a millones de personas que se alegran de la dimensión ofensiva de las caricaturas y de cómo lo viven los musulmanes. Lo que les ha movido es la cuestión de fondo: no se puede matar por una cuestión de opinión. ¿Difícil de explicar socialmente? Seguro y, sobre todo, intenta argumentarlo en el famoso Twiter: 140 caracteres.