Las propuestas de cambio

El desprecio de la realidad

Estamos ante un final de época que exige un nuevo contrato social que prime los intereses generales

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ANTONIO BALMÓN

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De forma consciente o inconsciente nos preguntamos con impotencia cómo vamos a recuperarnos de este fracaso colectivo. La agenda conservadora de destrucción del interés público ha estimulado la creencia de que todos nuestros males proceden de unos poderes públicos depredadores, intervencionistas, derrochadores, excesivamente reguladores y dominados por una casta que se encuentra no tan solo alejada de la realidad sino viviendo otra realidad.

La suma de las crisis económica, social, territorial y de conducta moral proporciona un resultado de serios problemas que indican el final de una época nacida de las consecuencias de la transición política de finales de los años 70, y que ahora sugiere el inicio de un nuevo escenario para promover cambios profundos que otorguen credibilidad a una nueva arquitectura institucional que cosa las costuras que han saltado en todos los ámbitos en el último año. La reparación del daño causado solo puede ser reconducida por un nuevo contrato social que prime los intereses generales y aparque los particulares.

La crisis ha evidenciado no únicamente la debilidad y el descrédito del sistema financiero, sino también los de las relaciones territoriales y su encaje para poder profundizar en un camino de mayor lealtad compartida. El poder judicial no sale mejor parado de sus propias lentitudes, deficiencias estructurales y batallas corporativas. Pero es en el ámbito de la gobernanza democrática donde partidos, parlamentos, gobiernos y Monarquía son señalados por los ciudadanos como el principal problema para poder afrontar la actual situación.

El ritmo tan rápido de esta desafección, construida sobre retales de verdades y produciendo una tela de jirones antisistema populista, amenaza con desbordarnos ante la exigencia de encontrar soluciones fáciles y rápidas a la situación actual. Existe el riesgo de adoptar salidas de forma precipitada, poco reflexionadas y elaboradas más desde la emoción, la frivolidad y la pasión que no desde el rigor, la serenidad y el convencimiento de su efectividad.

Necesitamos afrontar una salida a este final de época y por algún lugar se tiene que empezar, no es posible aplazar el camino de una nueva transición. Las mayorías legales y respetuosamente democráticas que existen en los parlamentos no acaban de reflejar la fragmentación, la preocupación, la indignación y el olvido en los que se sitúa la ciudadanía. El enroque en este tablero complejo en el que la política no mira a la cara de la gente, con lo que es incapaz de tratarla con madurez y explicarle dónde estamos y qué podemos hacer, supone un impacto devastador sobre la calidad de nuestra democracia. No dudo de que debemos hacer sacrificios y de que, para conseguir que nuestra economía respire, necesitamos reorganizar nuestra sociedad, redefinir el sector público. No obstante, tienen que existir prioridades: educación, reducción del paro entre los jóvenes y abrir camino a quienes han visto truncado su proyecto de vida. Combatir la pobreza para evitar entrar en el campo de la miseria. Sacrificios, sí, pero que sean útiles, que no minen las condiciones de formación y conocimiento, que no frustren las expectativas de millones de personas de ser, que no nos conviertan en un país de saldo.

La realidad es tozuda. Recuerdo que hace unos días me preguntaron quién creía que había ganado el debate del estado de la nación. Mi respuesta fue sencilla y rápida: ha perdido la gente. Es así. Además, en Catalunya a la suma de todos estos problemas hemos añadido el debate soberanista, que retroalimenta a los dos bloques nacionalistas y disfraza el fracaso de las consecuencias de sus políticas neoliberales. El problema real y la consecuencia de este debate es que aplaza el mientras tanto, porque para ejercer la soberanía política tendremos que tener garantizada la económica, la social y la cultural; y los actuales devaneos lo que hacen es despreciar y depreciar esa necesaria realidad.

La realidad está sombreada de miedo y, en cambio, la gobernanza del país está enredada en una telaraña de empobrecimiento de ideas y de incapacidad de reacción para recuperar su conexión con esta realidad permanente. Si se quiere evitar una corriente radicalizada de ruptura, urge recuperar la iniciativa. Enrocarse en el tablero de ajedrez para defender del jaque la pieza del rey puede ser plausible, pero en el tablero de la realidad ya no es viable. No se puede despreciar abrir las puertas a esas nuevas realidades de cambio que tanto necesitamos para poder volver a respirar. Secretario de Acción Política del PSC

y alcalde de Cornellà.