EL DESPIDO DEL DIRECTOR DEL FBI

Cortafuegos y contrafuertes

Los demócratas y los republicanos están descubriendo el coste de aceptar la lenta degradación de las instituciones: un payaso vestido de Napoleón

James Comey, director del FBI.

James Comey, director del FBI.

JORDI GRAUPERA

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La división de poderes en Estados Unidos no se reduce a la sagrada tensión entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Tampoco el cumplimiento de la ley se agota con el gesto pueril de seguir con el dedo las líneas escritas en un papel. La democracia y el Estado de derecho son una cultura, sus márgenes se van construyendo con la práctica: ensayo y error. Por este motivo, cuando el martes por la noche el presidente Trump despidió al director del FBI, James Comey, saltaron todas las alarmas, tanto las honestas como las interesadas.

El FBI es la agencia policial que, desde 1908, se dedica a investigar los casos que atentan contra las leyes comunes a todo el país. Charles Bonaparte, el ministro de Justicia que lo fundó para combatir el anarquismo, era un biznieto de Napoleón, así que no deja de ser irónico que con el tiempo se haya convertido en la más poderosa de las agencias policiales, con 8.000 millones de dólares de presupuesto. En consecuencia, el Estado de derecho y la democracia estadounidenses han ido diseñando mecanismos que a la vez controlen y mantengan la independencia de este ejército napoleónico.

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Entre los cortafuegos para evitar despotismos, está el hecho de que los directores son nombrados por el presidente pero los tiene que aprobar el Senado, la más poderosa de las cámaras legislativas. Entre los contrafuertes para mantener la independencia, están los mandatos de 10 años, separados de la actualidad inmediata.

SOLO UN PRECEDENTE

Nada prohíbe al presidente despedir al director legalmente, pero el único precedente fue en 1993 cuando Clinton despidió a uno por corrupción. Hacerlo por razones políticas tiene costes, que pueden llegar a la moción de censura si se sospecha que el presidente trata de protegerse ante una investigación. Esta es la lectura que las portadas del miércoles, el partido demócrata y un buen número de senadores republicanos han hecho. La comparación es el Watergate: también Nixon trató de despedir a los responsables de investigarlo. Acabó dimitiendo.

Oficialmente, Comey ha sido despedido por la forma en que gestionó el caso de los 'e-mails' de Hillary Clinton. A 11 días de las elecciones, anunció que reabría la investigación sobre si la manera descuidada de tratar material clasificado constituía un delito. Los seguidores de Clinton y la prensa de izquierdas sostienen que le costó las elecciones. Es patético verlos insistir en la manipulación en lugar de centrarse en el problema social de fondo del que son responsables, pero es innegable que tuvo consecuencias. Trump dijo entonces que el director «los tenía bien puestos».

UN DIRECTOR COMPROMETIDO E INDEPENDIENTE

Nadie cree que esta sea la razón de despido. Comey estaba hasta el martes al cargo de la única investigación seria sobre los vínculos entre la campaña de Trump y el Kremlin. Fue él quien anunció en el Congreso que había indicios de coordinación entre agentes rusos y la campaña del futuro presidente. El consejero de Seguridad Nacional de Trump tuvo que dimitir por este motivo, y el ministro de Justicia tuvo que recusarse de la investigación por haber mentido en sede parlamentaria sobre sus encuentros con diplomáticos rusos. Solo el FBI tiene los recursos para investigar un escándalo que podría costarle el cargo al presidente. Y tenía un director comprometido, independiente y polémico para liderarlo. Hasta que Trump lo despidió a petición del propio ministro de justicia recusado.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Comey estaba","text":"\u00a0a cargo de la \u00fanica investigaci\u00f3n seria sobre los v\u00ednculos entre la campa\u00f1a de Trump y el Kremlin"}}La cultura democrática y el Estado de derecho están sufriendo un test de estrés. Un argumento es que Trump fue escogido justamente para destruir esta cultura, que está muy viciada. Otro, es que el éxito del experimento estadounidense depende de si su división de poderes es lo suficientemente fuerte para frenar los impulsos autoritarios de un presidente. Si los cortafuegos y los contrafuertes estadounidenses no son lo suficientemente decisivos, en países como el nuestro, donde son de cartón-piedra, será más difícil frenar el incendio autoritario. Los demócratas y los republicanos están descubriendo el coste de aceptar la lenta degradación de las instituciones: un payaso vestido de Napoleón.