Desnudos por una buena causa

INÉS Álvarez

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Primero fueron los de Bilbao, Sevilla... Ahora, el de Barcelona. Se amplía así el mapa autonómico de los cuerpos de bomberos que, por acudir en las antípodas australianas a esos juegos olímpicos que ponen a prueba a policías y expertos antifuego, no dudan en lucir precisamente eso, el cuerpo, en un atrevido calendario.

Algo más que justificado, porque, además de ser una herramienta tan básica como la manguera, su exhibición sirve de jornada de puertas abiertas del trabajo diario de bíceps y abdominales que precisa y provoca este oficio tan sufrido. Hasta la Policía Local de Arrecife se ha despojado de la autoridad que le otorga el uniforme para sufragarse el viajecito, y lo mismo han hecho sus colegas de Fuenlabrada, aunque a estos les mueve solo el altruismo: el dinero servirá para borrar alguna huella del tsunami.

Curiosa la moda del desnudo por meses iniciada por Tricia Stewart, una ama de casa inglesa que, para recaudar fondos contra la leucemia, en lugar de vender macra-

mé, decidió posar sin ropa junto con otras 11 respetables damas del Instituto de la Mujer y reivindicar, de paso, la belleza de lo maduro.

No obstante, son los colectivos masculinos los más dispuestos a apuntarse a esta fiebre. Y una no acaba de entender el éxito que tiene este tipo de cosas entre el público femenino. No ya solo los almanaques benéficos, también pósters, fotos y tapices para el pecé con actores y modelos muy expuestos al resfrío. Tras años y años denostando la primitiva afición de nuestros machitos a colgar chicas sin ropa en el lugar de trabajo, resulta un pelín triste que la igualdad de la mujer pase por hacer lo propio con la más o menos modelada carne masculina. A veces, la verdad, me cuesta entendernos.