La deserción de Puigdemont

Olvidar las mayorías de dos tercios fijadas en los dos estatutos es dividir y enterrar la tradición de consensos

Carles Puigdemont, en el acto de este martes en el Teatre Nacional de Catalunya para presentar la ley del referéndum.

Carles Puigdemont, en el acto de este martes en el Teatre Nacional de Catalunya para presentar la ley del referéndum. / periodico

Joan Tapia

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El acto del Teatre Nacional de Catalunya en el que se hizo aplaudir la ley del referéndum -que ni se presentó al Parlament ni se firmó- ha generado conmoción. Casi no conozco a Puigdemont, pero las pocas veces que hemos hablado me ha parecido una persona afable, de convicciones, bastante pegada al terreno (más al de Girona que al de L'Hospitalet, donde viven más ciudadanos de Catalunya), y alejado del político con complejo de primero de clase que se cree ungido por los dioses. Y en el TNC fue el único que se salió algo de la aburrida ortodoxia independentista.

Puigdemont dijo -en clara alusión a la cabeza cortada del 'conseller' Baiget- que comprendía que enfrentarse al Estado infundiera respeto, pero que "desertar de la democracia" era peor.

Sin embargo, lo que propone Puigdemont (y Junqueras) es desertar de la tradición real de nuestra democracia. Las raíces pueden venir de la Edad Media, o de antes de 1714, pero nuestro autogobierno democrático es reciente. No se consolida el hermoso 14 de abril de 1931. Ni el 6 de octubre del 34, con Companys proclamando unas horas la República catalana mientras los mineros de Asturias se rebelaban contra la entrada de la CEDA en el Gobierno central. Ni con el decreto de colectivizaciones de Tarradellas tras los asesinatos de la FAI.

No, el autogobierno viene de las manifestaciones unitarias de 'Llibertat, Amnistia i Estatut d'Autonomia'. Del retorno del exilio -único acto de ruptura de la transición- del presidente Tarradellas cuando gobierna Adolfo Suárez, propuesto por el franquista Consejo del Reino. Y con la elaboración y aprobación, en referéndum y por el 88% de los votos, del Estatut del 79, que fue fruto de un laborioso pacto con la UCD y asumido por políticos de la clandestinidad que no perdieron de vista la realidad. Y en Catalunya hubo políticos franquistas que se integraron en el autogobierno. Hasta el punto de que algunos de ellos fueron 'consellers' de Tarradellas y de Pujol.

SIN LEY ELECTORAL

Para que una mayoría no pudiera imponerse, aquel Estatut -y también el del 2006- obliga a mayorías amplias que obstaculizan la división de Catalunya en dos mitades. De ahí que se necesite no ya la mayoría absoluta, sino la cualificada de dos tercios de los diputados para muchas cosas. Para reformar el Estatut, por supuesto. También para algunos cargos y para la ley electoral. Y por esa exigencia Catalunya es hoy la única comunidad autónoma que no tiene una ley electoral.

¿No tenemos ley electoral por la prudente norma de los dos tercios (90 diputados) y vamos ahora, con solo 72, a plantar cara al Estado con un referéndum unilateral? Es un despropósito total que rompe con nuestra tradición democrática. Y con el 'seny' al que Puigdemont debería estar obligado, ya que, según sus propias encuestas (las del CEO), la independencia parte al país en dos mitades. ¿Progresará así Catalunya? ¿Garantiza la pertenencia a la Europa condenada por la CUP? Puigdemont (y Junqueras) reniegan de la historia real de pactos de nuestro autogobierno. Es también una peligrosa deserción.