La rueda

Desconcierto del antisoberanismo

Desde España, Catalunya se ha convertido en una realidad hermética, incomprensible

ENRIC MARÍN

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Las recientes intervenciones de Felipe González o del ministro Morenés han tenido un aire francamente kafkiano. Y ambas expresan el desconcierto de los poderes del Estado ante el proyecto independentista que ha tomado forma en Catalunya en los últimos años. Un desconcierto debido, en parte, a un diagnóstico de la realidad catalana sistemáticamente erróneo. Hace más de 25 años, el nacionalismo español comenzó las campañas contra el modelo educativo catalán. Fue el punto de arranque de la construcción de un relato periodístico y propagandístico sobre la sociedad catalana que prácticamente no tiene ninguna conexión con la realidad. Un relato que choca con la experiencia cotidiana de los catalanes, pero que se ha hecho con un hueco muy considerable en la opinión pública española.

El resultado es que en los últimos 10 o 15 años la opinión pública catalana y la española se han distanciado enormemente. Los marcos mentales ya son divergentes, y hoy en Catalunya resulta casi imposible asociar la noción de España a algún proyecto estimulante. El sentimiento dominante es la desafección. Desde Catalunya se percibe el Estado español como el problema. Y desde España, Catalunya se ha convertido en una realidad hermética, incomprensible. O peor, una caricatura. No solo para las clases populares; también para las élites mediáticas, económicas y políticas. En estas condiciones, hay dos factores que aún hacen más precaria la situación del unionismo. En primer lugar, el soberanismo ya se ha convertido ideológica y culturalmente en hegemónico en Catalunya. Y en segundo lugar, los partidos españoles oscilan entre el miedo a parecer demasiado comprensivos con el desvarío catalán y la tentación de especular tácticamente con los réditos electorales del anticatalanismo. El desconcierto es, ciertamente, colosal.