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Desaparición de los felices

Jonathan Groff, en la serie de Netflix 'Mindhunter'

Jonathan Groff, en la serie de Netflix 'Mindhunter' / periodico

Mikel Lejarza

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La proliferación de la oferta audiovisual acarrea consecuencias, tanto sobre los pilares empresariales del sector, como en los creativos. En una temporada normal, un espectador tiene a su disposición más de 400 series, a lo que hay que añadir los largometrajes y el inabarcable mundo de vídeos cortos que ofrece internet. Debido a ello, el universo de las historias que se cuentan se ha atomizado. Esto conlleva que los creadores, buscando novedades que permitan que sus relatos compitan, se vean obligados a buscar tramas cada vez más enrevesadas con el objetivo de diferenciar su relato de los otros cientos que el espectador tiene a su alcance. Así, los dramas se han vuelto más intensos que nunca, con tramas dolorosas y personajes oscuros y complejos hasta el límite.

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'The Deuce' está poblada de mujeres maltratadas por proxenetas; 'Mindhunter' cede el protagonismo a asesinos en serie y sus razones; 'Ray Donovan' sufre por su mujer fallecida mientras comete todo tipo de ilegalidades; 'The Sinner' comienza con una adorable madre que acuchilla en una playa idílica a un inocente'; 'The Girlfriend experience' muestra con frialdad a prostitutas de lujo mediando entre rivalidades políticas a la altura en cuanto a falta de ejemplaridad a las que mostraba 'House of Cards'.

Son solo algunos ejemplos de cómo se está abandonando el tono generalista para todos los públicos, que ha sido durante muchas décadas la seña de identidad de la televisión. Es como si en una calle repleta de restaurantes todos fueran de autor, mientras se abandona la cocina de mercado por tradicional.

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Durante años hemos elegido ver la tele porque su compañía nos agradaba y al hacerlo nos sentíamos mejor. Ahora hay magníficas series, producidas de un modo exquisito, con actores, directores y guionistas del más alto nivel, pero que buscando la excelencia caen en el defecto de rizar el rizo hasta el extremo y hacen difícil disfrutar con su visión. Porque intentando llamar la atención, pierden la naturalidad que por lo general ofrece la vida, donde hay días de lluvia y frío, pero otros tantos al menos de sol y calor. Incluso las comedias se han cubierto de este tono general en el que para ser interesante y profundo parece que hay que resaltar la amargura y el dolor.

'Smilf', la muy buena comedia ideada y protagonizada por Frankie Shaw, muestra a una mujer sufriendo por las dificultades de ser madre soltera y joven. Simpática, como 'El joven Sheldon', pero gente que sufre con el objetivo de hacernos reír. Los personajes felices han desaparecido, no se trata de volver a 'La casa de la pradera', pero si se buscan novedades, el buen 'rollismo' que, por ejemplo, proponía 'Friends' o ahora 'The Big Bang Theory', sería hoy una propuesta realmente innovadora. Algo pasa cuando todo se llena de drama y oscuridad e incluso a uno de los personajes más divertidos y felices de la TV de hoy, Phil Dunphy, el padre que sueña con ser mago de 'Modern Family', se le ha puesto un nombre que lo de define como 'Tontito'.

Mal vamos si creemos que los felices son estúpidos, porque pasar una tarde en 'Central Perk' con Joey y Phoebe; o jugando con Howard y Koothrappali, siempre será más divertido que hacerlo con un asesino en serie.