UN REGRESO ESPERADO

El desafío de Tiger

Tiger saluda feliz desde el 'green' del hoyo 18 en la Tavistock Cup.

Tiger saluda feliz desde el 'green' del hoyo 18 en la Tavistock Cup.

LUIS
MENDIOLA

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La sonrisa de Tiger Woods vuelve a llenar portadas en todo el planeta. Los medios de comunicación lo fotografiaron el lunes al lado de una leyenda como Arnold Palmer, recogiendo el trofeo en Bay Hill, el 77º título de su carrera. Y hace menos de 10 días aparecía al lado de la campeona de esquí Lindsey Vonn, después de que ambos oficializaran su relación a tavés de las páginas del Facebook. Eso sí, pidiendo respeto por su privacidad.

Las huellas del dolor se difuminan. A Woods se le ve feliz. Su particular purgatorio toca a su fin. En lo deportivo y en lo personal. Su triunfo en el Arnold Palmer Invitational, el tercero en cinco torneos disputados este año, le devuelve la primera posición del ranking mundial, que perdió en octubre del 2010. Un lugar muy familiar.

Todas las piezas que saltaron por los aires con sus infidelidades matrimoniales allá a finales del 2009, su confesión de culpabilidad y el divorcio, parecen haber vuelto a su sitio. A esa espiral negativa, con los patrocinadores abandonándole (Gillette, Accenture, AT&T), contribuyó también Woods cambiando su swing, a su cadi, a su entrenador y a su representante. El último paso de la descomposición llegó con unos problemas físicos (en la rodilla y en el talón de Aquiles) que aceleraron su hundimiento deportivo y una caída por debajo de puesto 50 en el ranking.

Ídolo renacido

Todo eso parece haber quedado atrás para Tiger, que camina por los 37 años, tras haber recogido pacientemente los pedacitos hasta reconstruirse de nuevo. El trabajo con el canadiense Sean Foley empieza a dar frutos, especialmente con el drive y el putt. La relación con Lindsey Vonn (físicamente muy parecida a su exposa, Elin Nordergren) lo ha serenado. Se le ha visto no hace mucho ejerciendo su papel de padre en un partido de fútbol de sus dos hijos. Y, desde luego, la legión de incondicionales que le siguen desde su debut ha acabado por perdonarle. No hay nada más estimulante, sobre todo para el público americano, que la historia de un ídolo caído, que vuelve a ponerse en pie.

Tiger vuelve a ser Tiger, según dicen sus colegas, como Ricky Fowler, su compañero de partida el pasado lunes en Bay Hill. «Sabes cuándo alguien está jugando a su mejor nivel, y él lo está». Tiger aún dice más. Superados sus dolores, que le obligaron a perderse dos citas del Grand Slam en el 2011, asegura que estamos ante una visión mejorada del dominante jugador que se aplicó con mano de hierro desde su irrupción en Augusta, en 1997 y estuvo 281 semanas como número uno.

Está claro que el triunfo en Bay Hill y su regreso al número uno mundial, desbancando al norirlandés Rory McIlroy, convertirá su aparición a partir del día 11 en Augusta en el centro de atención. Vuelve a estar en cabeza de la parrilla de favoritos. Así que surge la pregunta. ¿Es posible la restauración de su reinado? ¿Nos encontramos otra vez ante el jugador capaz de acabar con el récord de Jack Nicklaus y sus 18 títulos del Grand Slam? Tiger no se mueve de los 14 desde su triunfo en el Abierto de EEUU del 2008. Su última victoria en un grande.

Hace un año, Tiger ya se presentó al Masters con la etiqueta de favorito. Pero acabó empatado en el puesto 40. Es verdad que no puede subestimarse a alguien con su palmarés y su voracidad. Pero Tiger sabe que los majors serán su exigente vara de medir. De momento, ha vuelto al camino. Pero solo el Masters dará la mejor pista de hacia dónde se dirige su carrera.