Las opciones políticas

La deriva socialista

Hay que refundar los ideales sobre los que se regenere una izquierda que devuelva la esperanza

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ANTONIO SITGES-SERRA

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Primero el socialismo fue utópico, luego se hizo científico, luego democrático y, finalmente, gastronómico. Y aquí estamos. Me explico.

El romanticismo modeló el imaginario colectivo del XIX en torno al siglo de las luces y a los afanes igualitarios de la Revolución francesa. De ahí emergieron las figuras idealistas de Proudhon o Fourier, que pensaron un mundo sin desigualdades sociales en el que sería posible una convivencia basada en la ayuda mutua y en la comunidad de bienes. Qué duda cabe de la fuerza de esos precursores y de sus ideales y de que estos llegaron a cuajar en muchas comunidades e incluso se concretaron en proyectos arquitectónicos rompedores -como los falansterios- destinados a promover nuevos estilos de organización social y de cooperación ciudadana. Sospecho que su conocimiento de la naturaleza humana no estaba a la altura de sus buenas intenciones y este primer programa socialista fue bautizado -probablemente por la derecha- de utópico. Aún resuenan los potentes ecos de aquel ímpetu fraternal en la avenida Icària de Barcelona o el Walden de Esplugues, y tintes ideológicos en el surrealismo y el anarquismo. ¡La utopía ha muerto! ¡Viva la utopía!

Entonces llegó Marx y escribió El Capital y el superior El 18 Brumario a la sombra de Hegel en sesudas sesiones en el Museo Británico y sus seguidores decidieron que su legado era ciencia en estado puro. Resumiendo: no se podía ir hacia la igualdad social con un lirio en la mano. Los poseedores de los medios de producción iban a defender sus privilegios hasta la muerte; era imprescindible organizarse políticamente para entablar una lucha entre clases que, por descontado, acabaría con la victoria del proletariado. Esta podía retrasarse porque el conflicto iba a ser largo y sacrificado, pero había que posicionarse. Lo expresó muy bien Manuel Sacristán en una conferencia a la intemperie en la incipiente Facultad de Medicina del Hospital de Sant Pau ante una audiencia de adolescentes sesentayochescos: es un tren que alcanzará su destino: te subes o no te subes. Un poco maniqueo él; mucho más, por cierto, la mayoría de comunistas que crecieron al amparo de la nueva ciencia de lo social.

El final del materialismo dialéctico lo escribieron Stalin y compañía, con sangre, y Popper, Solzhenitsin y el papa Wojtyla con sabias palabras que han quedado para la historia. En una operación de rescate llegaron Gramsci, Berlinguer y el eurocomunismo, una forma light de dogmatismo leninista que ganó aceptación social pero perdió el punch ético de cuantos se habían enfrentado a Hitler, Mussolini y Franco sacrificando sus vidas.

A medida que declina el comunismo crece el socialismo democrático a lo Palme y Brandt, personajes carismáticos que se convierten en la nueva esperanza de la izquierda europea que había leído algo más que el Manifiesto Comunista y vivido de cerca las atrocidades de los que rindieron culto al determinismo histórico en el que fueron sacrificados millones de inocentes. Comienza una época dorada para las clases medias y bajas europeas: los desheredados alcanzan cotas de consumo y bienestar que jamás habían conocido, los parlamentos se imponen como eje legislativo y de debate social y político, la guerra fría refuerza las convicciones democráticas en la Europa libre, las dictaduras del sur se desmoronan. La sanidad, la justicia y la educación se ponen al alcance de todos. González y Guerra triunfan desde el tradicional subdesarrollo andaluz y abrazan el modelo sueco-alemán. Y todo va bien hasta que... llega el socialismo gastronómico. ¿Adormecimiento ideológico? ¿Tibieza en el Gobierno? ¿Deterioro moral al dictado de la ambición? ¿Idiocia inducida por los gadgets tecnológicos? El tiempo dirá. La socialdemocracia se ablanda hasta el merengue entre coches oficiales, recepciones con canapés y concubinato con los banqueros, y es adelantada por la derecha por Thatcher y Reagan.

BARCELONA se alza con los Juegos Olímpicos y todos muy contentos. Maragall se abraza con Samaranch y Clos va de pareja con no sé qué aristócrata riquísimo que mueve los hilos médicos del deporte global. Vázquez Montalbán se muere a causa de tanta receta y tanto cóctel. Aparecen la burbuja inmobiliaria, la corrupción y el espionaje político y todo se va al carajo con la bendición de Zapatero. Para colmo -o como remedio para el alma-, los filósofos de moda redescubren el carpe diem hecho a medida de su desencanto hedonista. ¡Si Camus levantara la cabeza! Muchos abrazan la insurgencia indignada.

Y aquí estamos, pensando en cómo refundar los ideales sobre los que se regenere una izquierda que devuelva la esperanza no solo a los desheredados sino también a aquellos que aún creen en el sacrificio y la tenacidad como instrumentos de trabajo político.