Vino de mi cosecha

¿Deporte saludable?

JOSEP M.
FONALLERAS

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¿Deporte saludable?

No sé si han subido alguna vez el casi centenar de escalones de la catedral de Girona. Es un trabajo que exige un cierto esfuerzo y un ritmo constante y sin excesos. Conviene pararse de vez en cuando, respirar hondo, girarse y mirar, desde las alturas, cómo se aleja la plaza donde está L'Arc, el bar con más historia del barrio viejo. Y luego seguir hasta la entrada de la colegiata. Los gerundenses, a veces, bromean con la majestuosidad de la escalinata barroca y retan a subir los escalones de dos en dos. Quien cae en la trampa está perdido. Hay dos descansos, que es donde se debe parar para mirar atrás; son una especie de balcón con balaustrada de piedra, de unos cuatro metros de ancho, que hacen imposible este tipo de ascensión repentina. El otro día, mientras me tomaba un gintónic en L'Arc, contemplé a unos atletas aficionados bajando desde la Mare de Déu de la Pera, giraban a la derecha, frente a mí, y subían las escaleras corriendo. Desde lejos, parecía que podían lograr lo imposible, lo que les decía de subir los escalones de dos en dos. Pensé: ¡qué esfuerzo, qué coraje! Por un momento, admiré ese esfuerzo estival. Pero, cuando ya les había perdido la pista, al cabo de un minuto, vi cómo volvían a bajar de la Pera, giraban de nuevo frente a mi gintónic y emprendían nuevamente el ascenso hasta arriba. Y así, cuatro veces más. Sin descanso.

No hace falta decir que el ritmo frenético de la primera ascensión fue reduciéndose hasta convertirse en una imagen más bien patética: arrastraban las piernas como si fueran pilastras, tenían la cara roja y desencajada, resoplaban como búfalos. Sufrí por ellos. Luego siguieron su particular entrenamiento bajando por la cuesta del Rei Martí y definitivamente desaparecieron. No estoy seguro de que llegaran sanos y salvos a su casa. Tras ser testigo de su circuito catedralicio, más bien habría apostado por un ingreso en urgencias. En resumen: la gente que practica deporte te hace sufrir mucho.

Tirar de la cuerda

Ymás aún si se trata de profesionales. No es que esté en contra del ejercicio físico, pero que no me digan que es saludable. Desde los ciclistas a los atletas, desde los nadadores a los alpinistas, todos logran sus triunfos gracias a una aproximación casi suicida a la frontera de sus propios límites. Se trata de saber hasta dónde puede aguantar el cuerpo, y a veces resulta que el experimento no sale bien. La esencia del deporte de élite es esta investigación, es una cuerda de la que se tira, un viaje oscuro a lo desconocido. Por no hablar de las chicas que hacen natación sincronizada, con esas pinzas que les oprimen la nariz para poder aguantar más rato bajo el agua. No corren ni nadan ni suben para estar más sanos, sino para mirar si pueden correr, nadar o subir más rápido que los demás. Sin saber que no siempre se pueden subir escalones de dos en dos. En resumen: el deporte tiene un elevado componente de absurdidad.

Por eso no entiendo por qué alguien considera estúpido que más de 130 hombres se encierren a más de 100 grados centígrados para descubrir quién puede soportar más calor, quién puede resistir más la tortura del sudor y las quemaduras. Ser campeón del mundo de sauna es tan inútil como serlo de 100 metros libres. ¿Qué diferencia hay, si no, entre la obsesión de los que se empeñaban en subir los escalones de la catedral y los que en Finlandia permanecían sentados esperando a que el contrario tirara la toalla?