Dejen de hacer el indio

Carles Puigdemont y Carme Forcadell, tras la aprobación de la DUI en el Parlament el 27 de octubre del 2017.

Carles Puigdemont y Carme Forcadell, tras la aprobación de la DUI en el Parlament el 27 de octubre del 2017. / JULIO CARBÓ

Albert Sáez

Albert Sáez

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La dimensión desconocida ha mutado en agujero negro. La alegría unilateralista duró lo justo para amparar la aplicación del artículo 155 a la manera de Rajoy, sacando partido en la última jugada de su pasividad en el asunto catalán que ha llegado a exasperar a propios y extraños. Con la convocatoria de elecciones para el 21-DRajoy cree haber retratado a los independentistas como unos bocazas, mentirosos, liantes, delincuentes, incapaces e ingenuos a la par que kamikazes. Como dirían en la cola de las manifestaciones a favor de la unidad de España, en la que se viola la Constitución tanto o más que en el Parlament, los ‘indepes’ no tenían media hostia. Ha bastado un decreto para que corran a cambiar los retratos de las comisarías y miren de eludir la prisión preventiva en la que se van a pudrir pase lo que pase. Ciertamente es la foto finish de lo que se ha venido a llamar el ‘procés’. Los hiperventilados consiguieron lo que querían: la ruptura sin red. Es lo que suele ocurrir cuando en lugar de cómplices coleccionas traidores. Hasta Puigdemont lo llegó a ser declarado la tarde del delirio unilateralista. El independentismo tiene que hacerse rápidamente la autocrítica, empezando por ese sanedrín que nadie sabe dónde está ni a qué se dedica y siguiendo por los puros que han ido escalando en la pirámide con más delaciones que méritos. Sin esa suerte de catarsis, que deben hacer con urgencia, el 21-D solo pueden seguir en el ridículo. Han hecho el indio y ahora pagan las consecuencias, los que forzaron la sobreactuación y los que propugnaron el posibilismo.

“Vuestras lágrimas serán nuestras risas” rezaba un lema ‘indepe’ cuando ‘la roja’ no ganaba ni los amistosos. Algo muy parecido a lo que desprendían las sonrisas forzadas en ese selfi de la manifestación de este domingo. Esta será una campaña en la que se reeditará el famoso “si tú no vas, ellos vuelven”, pero en esta ocasión con los papeles cambiados. Lo que tiene por delante la amalgama que gobierna Catalunya desde el sábado tampoco es tan fácil como algunos propagan. El riesgo de hacer también el indio es alto. Tomar el control efectivo de la administración de la Generalitat no es cosa de faxes, cartas y retratos. El Gobierno confía en la profesionalidad de los funcionarios. Y hace bien porque responde a la realidad, lástima que dudaran cuando los mandaban otros. Pero en estos casi dos meses van a pasar “cosas” como diría Rajoy y van a tener que afrontar imprevistos. La reducción temporal del riesgo es inteligente, desarbola al victimismo pero no lo reduce a cero, ni tampoco evita que dentro de unos días Albert Rivera le dé a Sáenz de Santamaría la misma caña que le daba a los presidentes de la Generalitat cuando no eran independentistas. El Gobierno en funciones de Catalunya no tiene mayoría social ni parlamentaria y deberá tomar decisiones en un periodo de máxima tensión como es una campaña electoral. El unilateralismo ha tenido un final más dramático que épico pero el tiempo que necesita para la catarsis y la mínima recomposición lo gastará aliviado de la responsabilidad de gobernar.