Dos miradas
Cuento relleno
Abrió el pollo y empezó a introducir el relleno. Trocitos de salchicha, ciruelas… No, ese hombre no le gustaba. Nunca le había gustado. Ni siquiera cuando su hija lo invitó a casa por primera vez, en la Navidad de hace cinco años. Aquel día, como hoy, como siempre, ella también había preparado un pollo asado.
Orejones, uvas pasas… Estaba convencida de que no trataba bien a su hija. ¿Por qué, si no, Lucía apenas sonreía y cada vez la visitaba con menos frecuencia? A una madre no se le engaña fácilmente. Y ella podía leer el rostro de su niña. Sí, Lucía tenía miedo. Estaba convencida. Cualquier ruido la sobresaltaba, las manos siempre atacadas por un torpe temblor y, lo peor, ese tozudo silencio acerca de su matrimonio.
Piñones, un poco de tocino… Era ese hombre, estaba segura. Y Lucía no quería que ella lo supiera, incluso inventaba excusas para que él no acudiera a las comidas familiares. Pero en Navidad no había pretextos…
Manteca, especias… también para esas alas que él devoraba de modo tan desagradable. Tres horas en el horno y ¡listo!...Todo listo.
El día de Navidad pasó. Como siempre, el pollo estaba delicioso. Pero no fueron unas fiestas tranquilas. Inesperadamente, el yerno enfermó al cabo de un par de días. Pobre Lucía, se lamentaban las vecinas. Qué mala suerte tiene. Qué funesta casualidad. El tercer marido que entierra. ¡Y siempre por Navidad!
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