Dos miradas

Cuento 23309

EMMA RIVEROLA

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¿Ytú ya sabes qué número quieres?, le preguntó él para matar el tiempo. Sí, Marta lo tenía clarísimo, llevaba meses con la cifra grabada en la mente. De hecho, estaba haciendo cola en aquella administración porque era la única de la ciudad que vendía ese cupón. El 23309. Tan pronto pronunció el número, leyó la coincidencia en aquel rostro desconocido. Es el día en que me despidieron, explicó Pep. ¡Vaya, a mí también!, exclamó ella. Y sus miradas cambiaron.

¿No te ha salido nada en todo este tiempo?, inquirió Marta. No, a Pep solo le habían ofrecido trabajos precarios sin contrato. Le quedaban tres meses de paro. Igual que a Marta. Si me toca, abriré una coctelería, dijo él. Yo, una chocolatería con tartas caseras, reveló ella. Entre sueños de cacao y licor se diluyó la espera.

El 23309, por favor, pronunciaron al unísono cuando alcanzaron la ventanilla. Lo siento, pareja, acabo de vender el último, no hay que esperar hasta la víspera del sorteo. Marta y Pep salieron a la calle en silencio. Se miraron y suspiraron. Un suspiro que no sabía a nada, insípido, insulso, desabrido, sin aromas ni sabores. En Zaragoza también lo venden, se atrevió a decir al fin Pep.

Sube un poco la radio, dice Marta. Sí, cariño, responde Pep. Los niños de San Ildefonso cantan los números. En el coche, de regreso de Zaragoza, flota un beso de chocolate al ron y el sueño de un final feliz.