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Crónicas bárbaras de un genocidio

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ROSA MASSAGUÉ

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Hace 20 años, el genocidio de Ruanda con sus 800.000 muertos a machetazos en cien días nos dejaba atónitos. Eran causa de nuestra estupefacción la magnitud de aquel exterminio perfectamente planificadola sencillez y cotidianidad del arma ejecutora usada en las tareas agrícolas del país cuando el mundo vivía un gran desarrollo tecnológico, y la absoluta pasividad internacional (Naciones Unidas y EEUU), o la connivencia con los agresores (Francia).

Cuando han pasado dos décadas no está de más recordar cómo pudo ocurrir tamaña barbaridad. 'Queremos informarle de que mañana seremos asesinados junto a nuestras familias'. Ese  premonitorio anuncio estaba contenido en una carta fechada el 15 de abril de 1994 firmada por varios pastores adventistas refugiados en un hospital de dicha denominación religiosa al también pastor Elizaphan Ntakirutimana que era el máximo responsable de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Ruanda.

La escalofriante información que daban aquellos religiosos y padres de familia tras la que seguía una petición de ayuda da título al libro (Debate) del periodista estadounidense Philip Gourevitch escrito a partir de entrevistas con víctimas y verdugos del genocidio. Aquellas familias que habían buscado el refugio de su iglesia fueron efectivamente asesinadas a la mañana siguiente con la contribución del pastor al que habían implorado amparo. El relato del periodista multipremiado por esta obra es una fotografía de aquel horror que se desencadenó en abril de 1994.

La británica Linda Melvern, también periodista, explora las causas de lo ocurrido así como el papel de la comunidad internacional en aquel genocidio en 'Un pueblo traicionado' (Intermon-Oxfam). Su relato pone en evidencia la planificación para el exterminio de la población tutsi llevada a cabo por los hutus, el papel jugado por la tristemente célebre emisora radiofónica La radio de las mil colinas incitando al odio y a la violencia basados en la identidad.

La autora explica cómo se repartían los machetes a plena luz del día y cómo la pequeña misión de la ONU destacada en Ruanda cuando inició el genocidio se vio incapaz de actuar ante la magnitud de la violencia y cómo sus peticiones de refuerzos a la sede neoyorquina se perdieron por los pasillos de la burocracia mientras el Gobierno ruandés, responsable del genocidio, utilizaba a la organización internacional en beneficio propio y utilizaba los fondos de la cooperación internacional para adquirir más instrumentos de muerte.

Francia tuvo un papel vergonzoso en aquel genocido armando y formando a los agresores, un papel que se ha negado a reconocer y que ahora los tribunales galos empiezan a descifrar. Pero también desde Francia nos ha llegado uno de los relatos más ajustados y bien documentados de lo ocurrido.

Jean Hatzfeld, periodista del diario francés 'Libération', ha dedicado buena parte de su vida profesional a Ruanda. Su libro 'Una temporada de machetes' es una gran investigación periodística que reconstruye lo ocurrido partiendo de declaraciones de supervivientes y también de verdugos que explican las pautas bien trazadas para asesinar a quienes hasta entonces habían sido sus vecinos y conocidos.

Si Hatzfeld narró el genocidio, también nos ha explicado la reconciliación entre tutsis y hutus impuesta por el Gobierno de Paul Kagame. Esta operación se inició nueve años después del exterminio con la excarcelación de muchos milicianos autores de las matanzas que regresaron a sus casas y se integraron en la vida civil. El periodista buscó el testimonio de muchos de estos asesinos, pero también el de sus víctimas en 'La estrategia de los antílopes' (Turpial).

Otro francés, en este caso el politólogo Gabriel Périès, ha publicado 'Una guerra negra' (Prometeo), uno de los libros más recientes sobre aquel exterminio y también el que va más atras en el tiempo en su indagación remontándose a 1959 cuando, bajo mandado de la ONU, Bélgica gobernada Ruanda. Entonces una revuelta hutu contra los tutsis ya desangró el país de las mil colinas dos años antes de la independencia.

'Hotel Ruanda' fue una película británica estrenada diez años después del genocidio y narraba la implicación del director de un hotel en la protección de cientos de  personas que buscaron refugio en el edificio. El generoso director que no quiso someterse a la brutalidad era Paul Rusesabagina dejó escrito el testimonio de aquel gesto de humanidad en medio de la locura asesina en su libro 'Un hombre corriente' (Península).

Otro hombre corriente enfrentado al brutal dilema es el misionero André Gevaert, un religioso de ficción nacido de la pluma de Eduardo Jordá. Este escritor mallorquín conoce bien Burundi, el país vecino de Ruanda poblado también por hutus y tutsis. En su novela 'Pregúntale a la noche' plantea la duda que tiene Gevaert, la de si un misionero debe tomar partido en una guerra como la que ensangrentó a Ruanda.

Carla del Ponte fue fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia. En 'La caza' (Ariel) recogió su experiencia en busca de los criminales de guerra, pero también la desazón ante las víctimas y supervivientes: 

"¿Qué voy a decirles yo de sufrimientos como los que han soportado? Nada, salvo quizá unas pocas palabras que fueran algo más que banalidades. ¿Qué puede hacer nadie para mejorar sus vidas o aliviar su carga? Nada significativo, nada duradero." 

Marie Beatrice Umutesi es una superviviente que dejó escrita su escapada hacia la República de Congo (antes Zaire) en 'Huir o morir en el Zaire' (Milenio). Pero ni siquiera en el país vecino, en Kivu, a 30 kilómetros de la frontera con Ruanda, escapó a la persecución como explicó a EL PERIÓDICO:

"A comienzos de 1996, los militares vinieron desde mi país, nos cercaron, nos bombardearon para destruir el campo y repatriar a todos los que cogían. Algunos familiares y yo fuimos hacia el bosque y empezamos a cruzar el Congo de este a oeste, una huída de 2.000 kilómetros a pie."

Hoy Ruanda es un país próspero regido por un presidente autoritario, pero la zona de los Grandes Lagos vive en guerra desde hace 20 años.